Comparto ahora, con motivo del cumpleaños de Haydn, un pequeño texto que escribí hace ya un buen tiempo…
Junto con Mozart y Beethoven, Haydn (1732–1809) es uno de los tres
pilares del clasicismo vienés. En su persona y obra se encarnan los ideales más
característicos del siglo XVIII: lógica, moderación, buen gusto y urbanidad. Carece
de la voracidad intelectual de Mozart y de la profundidad de Beethoven, pero nos
ofrece a cambio una obra técnicamente pura y perfecta, con ricas armonías, giros
ingeniosos y melodías pulcras, salpicada además de un poderoso optimismo y una
profunda alegría de vivir.
Nació en una comunidad rural austriaca cerca de
Hungría en el seno de una familia humilde (su padre era carretero), y desde
pequeño manifestó sus dotes musicales. Ingresó a los ocho años al coro de la
iglesia de la catedral de San Esteban, en Viena, y perdió ese empleo a los
diecisiete años al cambiarle la voz. Desde entonces se vio obligado a
concentrar su talento en la composición, pues aunque dominaba casi cualquier
instrumento jamás destacó como virtuoso en ninguno. En 1761 consiguió el puesto
más importante y duradero de su vida al ingresar como compositor y director
musical al servicio de la aristocrática familia Esterházy, con la cual trabajó
por más de 30 años. En su madurez fue invitado un par de veces a Londres, donde
su éxito fue rotundo y sus ingresos le aseguraron una vejez apacible. Murió en
Viena frecuentado por admiradores de toda Europa.
El prestigio y la fama que alcanzó en vida hacen
de Haydn un incipiente fenómeno de masas. Ningún compositor de su época y talla
alcanzó tal favor del público ni se acercó al gusto popular como él. Sus obras
fueron ampliamente difundidas (y pirateadas)
y el caudal de su producción nos habla tanto de la demanda por su obra como de
su formidable capacidad de trabajo: entre otros trabajos, nos legó 108
sinfonías, 83 cuartetos de cuerda, 52 sonatas par piano, 23 óperas, 14 misas, 4
oratorios y una buena cantidad de conciertos, canciones y piezas de cámara. Prácticamente
toda su música quedó relegada durante el romanticismo del siglo XIX, pero ha
gozado del favor de las salas de concierto y las compañías disqueras desde el
gran resurgimiento del barroco y el clasicismo tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Hoy nadie cuestiona su posición como genio y columna fundamental del
arte musical de Occidente.
Desde el punto de vista técnico Haydn se
considera tanto el padre de la sinfonía como el padre del cuarteto de cuerdas.
Es verdad que él no inventó ninguna de esas dos formas de componer, pero las perfeccionó
como nadie y estableció su forma definitiva que duraría hasta bien entrado el
siglo XX. Su influencia se dejó sentir, entre muchos otros, en Mozart, con
quien entabló amistad, y en Beethoven, de quien fue maestro y señaló como el
compositor del futuro.
Quien desee acercarse a la
música de este compositor encontrará un universo sonoro repleto de gemas. El
nivel de calidad e interés nunca decae, ni siquiera en las obras más
abiertamente galantes y de entretenimiento. Siempre encontramos en ellas audacias
que dotan a la música de un interés continuo, como la inclusión de melodías rústicas,
frases irregulares, silencios imprevistos, disonancias, efectos tímbricos y
muchos otros prodigios técnicos. Tras escuchar una transcripción al piano de
una de sus sinfonías, el poeta Keats comentó que Haydn era “como un niño, pues
nunca se sabe qué va a hacer a continuación”. Sorprende descubrir cómo la naturalidad
con que suena la música de Haydn debe tanto a estos artificios. Y no menos sorprendente
resulta para quienes se acercan por primera vez a este creador descubrir entre sus obras de madurez cimas
equiparables a las del propio Mozart.
En Haydn no hay prácticamente rastro alguno de
abatimiento ni depresión, como casi siempre entre los grandes compositores. Es
una música equilibrada y lozana. Y con su nobleza, guiños humorísticos y
sencillez, apela al más universal de los auditorios, al de los hombres y
mujeres con ganas de alegrarse. “Puesto que Dios me ha dado un corazón alegre,
Él me perdonará por servirle alegremente”, es una de sus frases más conocidas del compositor. Definitivamente, escuchar la música de Haydn debería figurar en cualquier lista de nuestras
buenas razones para vivir.
¿Por qué será que, desde siempre, he preferido a papá Haydn a Mozart aun reconociendo la grandeza de este último? Muchas de sus sinfonías son brillantes, incluso centelleantes, y un montón (las de Londres), son obras maestras. Yo poseo y escucho, muy a menudo, sus 43 Tríos para cuerda, que son una gozada. Si quieres una compañía que no te defrauda, sino que te levanta el espíritu, hazme caso: pasa la velada oyendo a Haydn, ya sea en sus sinfonías, sus cuartetos o sus tríos.
ResponderBorrar¡Y saludos desde México! Me parece que usted es melómano... ¿Está en Madrid?
Borrar¡Muchas gracias por su comentario tan atinado! Creo que, de manera parecida a usted, a veces disfruto más a Haydn que al propio Mozart. Y ciertamente Haydn ha compuesto más obras maestras de lo que se suele reconocer (aunque por fortuna esto se reconoce cada vez más desde hace ya algunas décadas). Respecto a los tríos para cuerda que usted menciona, me temo que conozco muy pocos (tampoco he escuchado ninguna de las óperas de Haydn, salvo oberturas y uno que otra aria). Así que, ¡la gozada que me aguarda! Tampoco sabía que fueran tantos esos tríos, aunque quizá usted se refiera a los tríos con piano, que creo que son más que los tríos para cuerda. En fin, que Haydn es una mina inagotable.
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