Subir un post para definir nuestra postura política
acerca de algún asunto escabroso tiene sus encantos. Antes de hacer clic ya
prevemos con ansiedad las reacciones de los demás. Adivinamos la ira de
alguien, la aprobación de cierto grupo o al menos algunos “me gusta” de
nuestros conocidos. Queremos decirles a todos, aunque nadie nos lo pida, qué
pensamos de los problemas del mundo, quiénes son los malos y lo indignados que
estamos. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en un encuentro cara a
cara, la distancia virtual y, si se desea, el anonimato mismo, nos desembarazan
de las convenciones sociales que habitualmente conlleva un intercambio de
opiniones entre individuos. En la red nos reservamos el derecho de responder
cuando queramos y con la extensión que nos plazca; podemos sustraernos de una
discusión en el momento en que lo deseemos y hasta “bloquear” a interlocutores
indeseables; nos evitamos todos los matices que introduce en una conversación
el lenguaje no verbal y, salvo en el caso de amigos cercanos o de personas con
las que de cualquier forma tenemos que convivir, podemos desentendernos
totalmente de nuestros contactos y no es necesario que cultivemos un interés
real en sus opiniones, anhelos o forma de vivir. Sin compromisos reales ni
riesgos auténticos, tampoco hay debates genuinos, y las opiniones dominan por
la cantidad de veces que se publican, las imágenes que las acompañan o el tono
encendido (o a veces jocoso) con que se expresan. Al parecer, la
“democratización” que conllevan las redes sociales no necesariamente ha
redundado en un avance en la discusión política online. Con frecuencia el nivel de los “debates” que leemos es
lamentabilísimo. Una vuelta por casi cualquiera de los foros de opinión de los
diversos sitios en la red nos hace pensar si no viviremos en un país lleno de
personas que jamás pisaron una escuela o de imbéciles morales que, por fortuna
para el resto de la gente, han encontrado un juguetito para descargar sus
delirios. Otra cosa sucede con la capacidad de las redes sociales para congregar
voluntades (piénsese, por ejemplo, en el fenómeno de la “primavera árabe”, que
ahora parece tan distante). En efecto, la denuncia política y la indignación
moral de quienes piensan de manera similar han encontrado una herramienta
poderosa para amplificarse y difundirse (aunque también un instrumento no menos
eficaz para aliviar conciencias y sustituir la tediosa, y a menudo repugnante, actividad
política real con dictámenes flamígeros y baños de pureza cotidianos). Pero los
diálogos no se ven a menudo, y esas ideas que encuentran resonancia y miles de likes convocan igual a una marcha para
conmemorar el 2 de octubre en México que a un rally antisemita en alguna ciudad
europea. ¿Podrá alguna vez el Internet dejar de ser en el campo político un
mero altavoz de nuestras opiniones hechas y convertirse en un instrumento
eficaz de diálogo para la consolidación de nuestra democracia?
Creo que si. Comparto tu opiniòn sobre nuestra participaciòn virtual pero mantengo esperanzas en cuanto a el futuro se refiere.
ResponderBorrarGracias Jorge por comentar mi textito. Te confieso que soy bastante pesimista respecto al asunto, pero la esperanza sigue ahí. ¡Qué nos queda! El formato mismo del Facebook o el Twitter van en contra del debate como debe ser. Y me sorprende que ni las instituciones de educación hayan tomado la iniciativa para provocar y conducir debates a través de esos medios. Quizá haya que esperar otros formatos (que no sean foros cerrados) y que resulten más provocadores y útiles. Las herramientas están ahí.
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