Entre el 6 y el 9 de agosto importa recordar con fuerza los bombardeos
atómicos en Hiroshima y Nagasaki. No hay cómo escapar en estos días del repaso
histórico, del pasmo, de la indignación entumecida por la arbitrariedad y dimensión de la
tragedia, del rumiar una y otra vez cómo pudo ocurrir y cuántas justificaciones se esgrimieron, y
se esgrimen aún hoy, para hacer parecer razonable una de las peores atrocidades
de una guerra especialmente pródiga en horrores.
Hace unos días terminé de leer “Sarinagara”, novela-ensayo-autoficción de Philippe Forest (Sajalín editores, 2009). El capítulo sexto es una semblanza del fotógrafo Yōsuke Yamahata quien, comisionado por el Ejército Imperial para documentar la magnitud del ataque atómico, se trasladó a Nagasaki y captó las únicas imágenes que existen de lo que quedó de la ciudad y de sus habitantes un día después del bombardeo. Forest se imagina a un Yamahata rebasado por lo que contempla, incapaz de sentir nada y que, no obstante, o quizá gracias a ello, ejecuta su labor con destreza. A continuación comparto tres fotografías de Yamahata con sendos pasajes de la obra de Forest.
“El suelo que fotografía Yamahata está cubierto de
cadáveres: como objetos insólitos que han perdido casi por completo su
capacidad de conmover, pedazos de materia ennegrecida a los que la combustión
de la carne ha dado una apariencia casi abstracta. La intensidad del calor
nuclear lo ha carbonizado todo al instante: los cuerpos parecen víctimas de una
catástrofe muy antigua, muertos de hace varios milenios, fósiles o momias que
la tierra hubiera puesto al descubierto por un capricho repentino.” (p. 217)
“La puerta (el torii)
de un templo no ha caído aún. Sigue milagrosamente intacto en medio de ninguna
parte. Se adivinan todavía algunos ideogramas grabados en los pilares, que
sostienen un arco perfecto con la ojiva dirigida al cielo. Allí se abre un
umbral. Pero ya no existe ni dentro ni fuera, ni delante ni detrás. El templo
se ha esfumado, igual que el barrio que lo circundaba. Sólo queda esa puerta
que da al vacío y que delimita un marco más pequeño dentro del marco de la
fotografía. En chino —y por tanto en japonés—, el ideograma que significa
“pregunta” toma prestado su dibujo de la forma ritual del torii. Esta palabra, suspendida sin respuesta, flota en el silencio
calcinado de la ciudad.” (pp. 213–214)
“Yamahata conoce su
oficio. Sabe que no puede dejar pasar una fotografía como esa. La imagen ya
está hecha. Sólo hay que retratarla. Lo dice todo. Es la única imagen aceptable
del desastre. De hecho, será la más célebre. El aire melancólico y casi
extraviado de la joven, su mirada vacía, expresan un dolor sin límites, inmenso
hasta abrazar todo el desamparo que el universo pueda contener. Pero el gesto
inmemorial de dar el pecho, el abandono confiado del niño entre sus brazos, la
incomprensible impresión de fuerza que se desprende de dos cuerpos tiernamente aferrados
el uno al otro, su íntegra y singular belleza, expresan por encima de todo, y
con mayor intensidad todavía, el deseo obstinado de vivir.” (p. 228)
No conocía este reportaje fotográfico. Me parece magnífica tu aportación para rememorar un episodio histórico que quizás salve a la Humanidad si cada año se sigue recordando lo que jamás debe volver a ocurrir.
ResponderBorrarGracias, estimado Juan, por leer. Recomiendo ampliamente la obra de Forest. "Sarinagara" significa en japonés, según el propio Forest, "y sin embargo". Frente horror y frente a la muerte y al dolor, el poeta Kobayashi Issa (1763-1827) responde: "Sarinagara".
BorrarHéctor, Gracias por compartir y por hacernos recordar y reflexionar acerca de las atrocidades cometidas, pues esto nos devuelve una imagen de nosotros mismos que no nos gusta, nos incomoda, pero que es absolutamente necesaria para evitar que suceda de nuevo y luchar por
ResponderBorrarQue fotos y que fragmentos de texto. Gracias por esto. Me indigna y horroriza que como dices, todavía se quiera hacer parecer razonable o justificada esta decisión. Tengo entendido que mucho material fotográfico y reportajes luego de las bombas en Nagasaki e Hiroshima fueron censurados, confiscados y destruidos.
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