jueves, 31 de marzo de 2016

En el cumpleaños de Franz Joseph Haydn


Comparto ahora, con motivo del cumpleaños de Haydn,  un pequeño texto que escribí hace ya un buen tiempo…



Junto con Mozart y Beethoven, Haydn (1732–1809) es uno de los tres pilares del clasicismo vienés. En su persona y obra se encarnan los ideales más característicos del siglo XVIII: lógica, moderación, buen gusto y urbanidad. Carece de la voracidad intelectual de Mozart y de la profundidad de Beethoven, pero nos ofrece a cambio una obra técnicamente pura y perfecta, con ricas armonías, giros ingeniosos y melodías pulcras, salpicada además de un poderoso optimismo y una profunda alegría de vivir.
Nació en una comunidad rural austriaca cerca de Hungría en el seno de una familia humilde (su padre era carretero), y desde pequeño manifestó sus dotes musicales. Ingresó a los ocho años al coro de la iglesia de la catedral de San Esteban, en Viena, y perdió ese empleo a los diecisiete años al cambiarle la voz. Desde entonces se vio obligado a concentrar su talento en la composición, pues aunque dominaba casi cualquier instrumento jamás destacó como virtuoso en ninguno. En 1761 consiguió el puesto más importante y duradero de su vida al ingresar como compositor y director musical al servicio de la aristocrática familia Esterházy, con la cual trabajó por más de 30 años. En su madurez fue invitado un par de veces a Londres, donde su éxito fue rotundo y sus ingresos le aseguraron una vejez apacible. Murió en Viena frecuentado por admiradores de toda Europa.
El prestigio y la fama que alcanzó en vida hacen de Haydn un incipiente fenómeno de masas. Ningún compositor de su época y talla alcanzó tal favor del público ni se acercó al gusto popular como él. Sus obras fueron ampliamente difundidas (y pirateadas) y el caudal de su producción nos habla tanto de la demanda por su obra como de su formidable capacidad de trabajo: entre otros trabajos, nos legó 108 sinfonías, 83 cuartetos de cuerda, 52 sonatas par piano, 23 óperas, 14 misas, 4 oratorios y una buena cantidad de conciertos, canciones y piezas de cámara. Prácticamente toda su música quedó relegada durante el romanticismo del siglo XIX, pero ha gozado del favor de las salas de concierto y las compañías disqueras desde el gran resurgimiento del barroco y el clasicismo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Hoy nadie cuestiona su posición como genio y columna fundamental del arte musical de Occidente.
Desde el punto de vista técnico Haydn se considera tanto el padre de la sinfonía como el padre del cuarteto de cuerdas. Es verdad que él no inventó ninguna de esas dos formas de componer, pero las perfeccionó como nadie y estableció su forma definitiva que duraría hasta bien entrado el siglo XX. Su influencia se dejó sentir, entre muchos otros, en Mozart, con quien entabló amistad, y en Beethoven, de quien fue maestro y señaló como el compositor del futuro.
Quien desee acercarse a la música de este compositor encontrará un universo sonoro repleto de gemas. El nivel de calidad e interés nunca decae, ni siquiera en las obras más abiertamente galantes y de entretenimiento. Siempre encontramos en ellas audacias que dotan a la música de un interés continuo, como la inclusión de melodías rústicas, frases irregulares, silencios imprevistos, disonancias, efectos tímbricos y muchos otros prodigios técnicos. Tras escuchar una transcripción al piano de una de sus sinfonías, el poeta Keats comentó que Haydn era “como un niño, pues nunca se sabe qué va a hacer a continuación”. Sorprende descubrir cómo la naturalidad con que suena la música de Haydn debe tanto a estos artificios. Y no menos sorprendente resulta para quienes se acercan por primera vez a este creador descubrir entre sus obras de madurez cimas equiparables a las del propio Mozart.
         En Haydn no hay prácticamente rastro alguno de abatimiento ni depresión, como casi siempre entre los grandes compositores. Es una música equilibrada y lozana. Y con su nobleza, guiños humorísticos y sencillez, apela al más universal de los auditorios, al de los hombres y mujeres con ganas de alegrarse. “Puesto que Dios me ha dado un corazón alegre, Él me perdonará por servirle alegremente”, es una de sus frases más conocidas del compositor. Definitivamente, escuchar la música de Haydn debería figurar en cualquier lista de nuestras buenas razones para vivir.

jueves, 10 de marzo de 2016

Indignados virtuales


Subir un post para definir nuestra postura política acerca de algún asunto escabroso tiene sus encantos. Antes de hacer clic ya prevemos con ansiedad las reacciones de los demás. Adivinamos la ira de alguien, la aprobación de cierto grupo o al menos algunos “me gusta” de nuestros conocidos. Queremos decirles a todos, aunque nadie nos lo pida, qué pensamos de los problemas del mundo, quiénes son los malos y lo indignados que estamos. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en un encuentro cara a cara, la distancia virtual y, si se desea, el anonimato mismo, nos desembarazan de las convenciones sociales que habitualmente conlleva un intercambio de opiniones entre individuos. En la red nos reservamos el derecho de responder cuando queramos y con la extensión que nos plazca; podemos sustraernos de una discusión en el momento en que lo deseemos y hasta “bloquear” a interlocutores indeseables; nos evitamos todos los matices que introduce en una conversación el lenguaje no verbal y, salvo en el caso de amigos cercanos o de personas con las que de cualquier forma tenemos que convivir, podemos desentendernos totalmente de nuestros contactos y no es necesario que cultivemos un interés real en sus opiniones, anhelos o forma de vivir. Sin compromisos reales ni riesgos auténticos, tampoco hay debates genuinos, y las opiniones dominan por la cantidad de veces que se publican, las imágenes que las acompañan o el tono encendido (o a veces jocoso) con que se expresan. Al parecer, la “democratización” que conllevan las redes sociales no necesariamente ha redundado en un avance en la discusión política online. Con frecuencia el nivel de los “debates” que leemos es lamentabilísimo. Una vuelta por casi cualquiera de los foros de opinión de los diversos sitios en la red nos hace pensar si no viviremos en un país lleno de personas que jamás pisaron una escuela o de imbéciles morales que, por fortuna para el resto de la gente, han encontrado un juguetito para descargar sus delirios. Otra cosa sucede con la capacidad de las redes sociales para congregar voluntades (piénsese, por ejemplo, en el fenómeno de la “primavera árabe”, que ahora parece tan distante). En efecto, la denuncia política y la indignación moral de quienes piensan de manera similar han encontrado una herramienta poderosa para amplificarse y difundirse (aunque también un instrumento no menos eficaz para aliviar conciencias y sustituir la tediosa, y a menudo repugnante, actividad política real con dictámenes flamígeros y baños de pureza cotidianos). Pero los diálogos no se ven a menudo, y esas ideas que encuentran resonancia y miles de likes convocan igual a una marcha para conmemorar el 2 de octubre en México que a un rally antisemita en alguna ciudad europea. ¿Podrá alguna vez el Internet dejar de ser en el campo político un mero altavoz de nuestras opiniones hechas y convertirse en un instrumento eficaz de diálogo para la consolidación de nuestra democracia?