viernes, 1 de marzo de 2024

Botticelli (1445–2024)

Primero de marzo, cumpleaños 579 de Sandro Botticelli. Comparto aquí este temple sobre madera, no tan conocido, restaurado apenas en 2018 o 2019 (creo). Se sabe que proviene del taller de Botticelli y lo más probable es que sea obra suya (o acaso de algún alumno aventajado). Actualmente se encuentra en The National Gallery, Londres. Gracia, melancolía, líneas rotundas, entusiasmo por el cuerpo, suave afectación (¡miren las manos de la virgen!). La Madonna ofrece su pecho al niño en el centro de la imagen. A la izquierda un San Juan Bautista casi niño y a la derecha un ángel, agachaditos para encajar bien en el tondo. Observen ahora el rostro de la virgen: hermosísima, abstraída de todo, su ternura contrasta con la gravedad de sus pensamientos. En la tradición pictórica cristiana, el ensimismamiento de la virgen que carga al niño (y en ocasiones en el rostro de éste mismo, lo que le otorga un semblante casi adulto y muy perturbador) se debe a que medita sobre la no muy lejana pasión y muerte del Redentor. Sin ser yo mismo mismo cristiano, vuelvo de continuo a Botticelli para interrumpir un momento la zafiedad y el griterío de nuestros tiempos.



miércoles, 15 de noviembre de 2023

Mi kit de emergencia para discutir sobre Medio Oriente

 Estas líneas, nacidas del desánimo, aparecieron antes en la Crónica Sonora del gran Benyi: 

Mi kit de emergencia para discutir sobre Medio Oriente – CRÓNICA SONORA (cronicasonora.com)

En estos días se me ha hecho muy difícil evadir lecturas, discusiones y algún pleitecito a propósito de la situación en Medio Oriente. Confieso que algunos de esos intercambios han resultado ser muy útiles y hasta diría que consoladores (la lucidez de algunas personas siempre apacigua en momentos difíciles), pero otros sólo me alarman y angustian por los prejuicios de los que hacen gala, el desconocimiento que exhiben o por la combinación de ambas cosas. Desde luego que no me pasa por la cabeza que ande por ahí sin descubrir una manera diáfana de exponer el conflicto y su posible solución; por el contrario, además de embrollado, en un asunto como éste influyen mucho, siempre y de manera inevitable, nuestras ansias y sesgos de naturaleza política, religiosa o ideológica. Para los actores directos, les va también lo que consideran su identidad y hasta su miedo a perderse como naciones. Y a todos nos puede ganar en mayor o menor medida la tristeza, el azoro y aturdimiento ante tanta simple crueldad. A mí me deprime no entender casi nada y sentir que debo resignarme a que el dolor, el odio y la muerte pronuncien siempre la última palabra. Por eso me irrita toparme (y peor: discutir) con quienes llegan blandiendo recetas facilonas para acabar con el problema y que con arrogancia emiten veredictos de culpabilidad o inocencia, nos dicen quiénes son víctimas y quiénes verdugos, quiénes sufren más y merecen nuestra compasión y a quiénes debemos desaprobar con repugnancia.

En estas formas distorsionadas de percibir los hechos hay, cómo no, mucha mala ideología; de ésa que, aunque tengamos una perspectiva más o menos clara de los hechos, trastorna nuestra brújula moral y diluye nuestra empatía. También hay ignorancia, prejuicios y esquemas de análisis demasiado simples. Cuesta mucho por todo ello mantener con cabeza despejada y en una misma balanza tantos agravios y reclamos, tantas voces que se gritan y las innumerables razones, buenas y malas, que han llevado a que las negociaciones para la paz fracasen una y otra vez y a que el mal se imponga.

Así que (de manera bastante impulsiva, lo reconozco) expongo a continuación una lista de cuestiones que creo que envician de entrada y terminan por descarrilar cualquier discusión medianamente fructífera del conflicto al reducirla a un vano intercambio de eslóganes que no nos ayudan a pensar (pero que, eso sí, halagan bien sabroso nuestros egos: nada como sentir que estamos del lado de los jodidos y de la Historia). Son sólo los que se me ocurrieron, algunos que me han expresado y otros que he advertido que forman parte de los presupuestos de algunos de mis interlocutores. La mayoría son concepciones muy generales y, desde luego, hay varias que se me han escapado. Así que, de toparme con un antagonista hipotético, le diría algo así como, mira, en verdad no me interesa discutir contigo el asunto del conflicto árabe-israelí si:

1)     Sostienes que Israel no tiene derecho a existir o piensas que las aspiraciones nacionales de los palestinos no son igualmente legítimas.

2)     No condenas incondicionalmente la violencia de los grupos terroristas contra la población israelí o consideras que se pueden justificar o minimizar los bombardeos sobre la población civil palestina.

3)     Afirmas que Israel no tiene derecho a defenderse y que los ataques que sufre por parte de militantes palestinos no son graves, o que los llamados a “aniquilar” al otro de parte de políticos y militantes de ambos bandos son mera palabrería.

4)     Niegas que los pobladores de Gaza y Cisjordania sufren sistemáticamente de abusos, despojos y discriminación por parte de las autoridades israelíes y te indignas (o te parece inconcebible) que reaccionen de forma violenta.

5)     Confundes a los judíos con los israelíes.

6)     Equiparas a Israel con la Alemania nazi.

7)     Igualas a Hamás o a Hezbolá con los palestinos.

8)     Supones que todos o muchos palestinos son terroristas o que apoyan a terroristas.

9)     Crees que el castigo colectivo a una población, mediante bloqueo o bombardeo, no es injusto y que es un método eficaz para debilitar a un gobierno enemigo.

10)  Te imaginas que Israel es un proyecto colonialista que debería ser “desmantelado” o que los árabes de Gaza y Cisjordania deberían ser reubicados en Egipto, Jordania o en algún otro lugar.

11)  Piensas que los gobernantes israelíes son soberbios y expansionistas porque son judíos o supones que los dirigentes palestinos son violentos y atrasados porque son árabes.

12)  Piensas que los asentamientos judíos en Cisjordania no son un obstáculo para la paz.

13)  Niegas el empleo de escudos humanos por parte de grupos radicales en Palestina.

14)  Concibes que es posible sentar en una mesa a negociar a terroristas y a nacionalistas religiosos.

15)  Reaccionas como si la vida de un niño palestino valiera menos que la de un niño israelí (o al revés).

16)  Estimas que en todo esto hay sólo una víctima y sólo un victimario; si no aceptas o no estás dispuesto a vislumbrar la realidad de dos tragedias.

17)  Sientes que Israel o Palestina deben “portarse bien” para tener derecho a un hogar en el mundo.

18)  Citas la Biblia para explicar tu posición sobre el conflicto.

19)  Crees que puedes saber “quién tiró la primera piedra” y además juzgas que algo así zanjaría el asunto, o que todo se reduce a ver “quién llegó primero”.

20)  Reivindicas el “derecho” del actual régimen iraní a poseer armas nucleares.

21)  Estás seguro de que este conflicto nunca se solucionará.


jueves, 14 de septiembre de 2023

Giulini devela el misterio de Bruckner

Anton Bruckner
Sinfonía no. 9 en re menor
(Edición Leopold Nowak)
Filarmónica de Viena
Carlo Maria Giulini (director)
Deutsche Grammophon
1988
Calificación: 10/10

 


A casi doscientos años del natalicio de Josef Anton Bruckner (1824–1896) parece como si apenas comenzamos a conocerlo. Salvo los bruckneritas de pro que lo veneran como a un santo y no dudan de su evangelio, cualquiera que desee entender con un mínimo de ecuanimidad el carácter y la música de este artista peculiar se topará sin remedio con un alud de estudios biográficos e históricos, además de un laberinto de ediciones de su música que sigue dividiendo las opiniones tanto de musicólogos como de intérpretes. ¿Cómo era Bruckner? ¿Era en realidad ese tipo inseguro de sí mismo, cándido, rústico, mojigato, tan poca cosa? Y si así fuera, ¿cómo compaginar un personaje así con esas composiciones increíblemente sofisticadas y ambiciosas? Y su música, ¿mira más hacia el pasado o más hacia el futuro? ¿Hay que interpretarlo enfatizando sus elementos clásicos y románticos o hay que resaltar más bien su modernismo y misticismo? ¿Un Bruckner más desgarrado y pasional o más objetivo y contemplativo? Desde luego que no me pondré a tratar de responder estas cuestiones (y otras anejas como, por ejemplo, la manera en que la recepción nazi distorsionó su imagen para convertirlo en prototipo del “artista ario”), pero creo que vale la pena que las tengan en mente quienes se interesen en escuchar por primera vez esta música. Y añado algo más para los novicios: la tarea es trabajosa, y lo más probable es que la primera (y la segunda, y quizá la tercera) vez que lo escuchen se sientan nada más que apabullados por la gigantez, el estruendo de las masas sonoras, las disonancias y la amplitud de las estructuras; pero las recompensas son increíbles para quienes persistan.

La novena sinfonía de Bruckner, la última que compuso (aunque el cuarto movimiento quedó incompleto), es la única que, al menos de manera explícita, el compositor dedicó “dem lieben Gott” (“al amado Dios”). Describirla es un poco insensato, así que me limito a apuntar las siguientes observaciones borrosas: el primer movimiento, “Feierlich, misterioso” (“Solemne, misterioso”), presenta en plan monumental tres grupos temáticos (una manera típica de Bruckner de expandir la forma sonata hasta volverla casi irreconocible) e impone por su gran poderío y la alternancia de episodios oscuros (“misteriosos”) y pasajes afirmativos. El segundo movimiento, un scherzo, es bastante peculiar no por su forma (que presenta la acostumbrada estructura tripartita “ABA”; es decir, un tema, un trío y de nuevo el primer tema), sino por su contenido: suena perturbador, maquinal (¿o quizá “diabólico?), como un bramido que augura los terribles acontecimientos por surgir a la vuelta del siglo. Y el tercer movimiento, “Adagio —Langsam, feierlich” (“Adagio —Lento, solemne”), es simplemente uno de los momentos más conmovedores de la música occidental. Bruckner la llamó “Abschied vom Leben” (“Adiós a la vida”). Comienza con un tema tortuoso, de tonalidad indefinida, casi expresionista y que anticipa a Mahler. Apenas en siete compases ese tema nos lleva de la zozobra a la serenidad más luminosa. Más adelante, los episodios introspectivos son casi borrados por la irrupción de un tutti colosal que es como una voz cósmica o como el anuncio del mysterium tremendum del que se habla en la fenomenología de la religión (ya les decía yo que esta música es casi imposible de definir en términos que no sean meramente técnicos, que tampoco dicen mucho). Tras más turbulencias, el movimiento cierra con una cadencia de lo más serena que se balancea con suavidad a lo largo de los últimos compases. A veces el gran arte nos fuerza a rebajar nuestro ego y a alcanzar perspectivas grandiosas, que pueden parecer paradójicas (por el carácter polisémicos de la música misma) pero que nos alejan de la autoindulgencia y del sentimentalismo y, quién sabe, quizá sí nos lleven en nuestros mejores momentos a tener visiones de lo bueno y de lo posible. Con Bruckner eso puede sucedernos a la vuelta de cada página.


A diferencia de la mayoría de sus sinfonías, la novena de Bruckner cuenta con varios registros discográficos excelentes. Están los de Eugen Jochum (sobre todo la que hizo con Dresde), Günter Wand (de preferencia con Berlín), Daniel Barenboim (también con Berlín), Sergiu Celibidache (obviamente la de Munich), Claudio Abbado (con Lucerna; creo que fue el último disco que grabó)… Bueno, hasta Karajan tiene una versión más que decente (la de 1966). Pero si tuviera que quedarme con sólo una, elegiría sin duda la de Carlo Maria Giulini con la Filarmónica de Viena de 1988 (puede escucharse aquí: Bruckner - Symphony No.9 Giulini Wiener - Bing video). Se trata de una interpretación más serena y objetiva de la obra, alejada de las visiones cataclísmicas de, por ejemplo, Fürtwangler y otros directores de la primera mitad del siglo XX. Creo que Giulini, si seguimos con las imágenes religiosas, revela el evangelio completo, el mensaje completo de la sinfonía. El maestro italiano tiene todas las herramientas: un fraseo refinado, equilibrios perfectos, colores medio oscuros, tempi bien juzgados, expresividad, potencia, humanismo y, sobre todo, la cohesión estructural necesaria para ir construyendo una obra con un empuje y fuerza irresistibles. Esto último es crucial porque Bruckner escribía agrupando sus temas en grandes bloques o módulos, muchas veces separados por silencios. De la habilidad de un director para unir con coherencia estos bloques depende que podamos tener una experiencia casi trascendental o nos demos la aburrida de nuestras vidas.

Sugerencias para empezar a escuchar a Bruckner: Quizá la séptima sinfonía sea la más “accesible” (y es también una de las más bellas). O intenten con la cuarta, una de las más tocadas, o la primera. Si una sinfonía completa resulta ser demasiado, puede intentarse la escucha de uno de los scherzi. Por ejemplo, el scherzo de la misma séptima, o el de la tercera o el de la sexta… Y de ahí puede pasarse a uno de los movimientos lentos de cualquiera de las sinfonías, que muchas veces son el núcleo emocional de la obra entera. También es importante que esta música se escuche a buen volumen con buenas bocinas; fue escrita para sobrecogernos y no para arrullarnos.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Bryars y su Titanic envejecen mal

 Y bien, continúa esto de las reseñas musicales. Va aquí la tercera entrega.

Gavin Bryars
The Sinking of the Titanic/Jesus’ Blood Never Failed Me Yet
The Cockpit Ensemble
Producido por Brian Eno
Virgin
1975/1998 (remasterización)
CDVE 938 7423 8 45970 2 3
Calificación: 6/10

Durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado, John Cage y después muchos otros en Europa y Norteamérica comenzaron a ensanchar al máximo lo que entendemos como música. Durante las dos décadas siguientes, una serie abigarrada de corrientes musicales florecieron en un movimiento que hoy agrupamos, de manera vaga, con la etiqueta de “música experimental”: música concreta, improvisación libre, minimalismo, eclecticismo, empleo de medios electrónicos, orientalismo, composición aleatoria, amateurismo… Los blasones de identidad fueron la libertad, el atrevimiento y cualquier cosa que fuera fiel a la sentencia “Todo es música” y contrario a las muy doctas pretensiones de control total de los parámetros musicales de la Escuela de Darmstadt.

Gavin Bryars (n. 1943) es un compositor y contrabajista británico que formó parte de la etapa tardía de la fiesta experimentalista. Después de tocar en un trío de free jazz se interesó por la composición y en 1969 escribió The Sinking of the Titanic, para ensamble de cuerdas y cinta magnética. Escuchamos en esta pieza un himno episcopal (Otoño, supuestamente tocado durante el hundimiento mismo del Titanic) y fragmentos de otras piezas sobre un trasfondo de sonidos espectrales (voces, ¿metal retorciéndose?, una cajita de música, ruidos alterados bajo el agua) todos relacionados con el hundimiento del famoso trasatlántico. En 1971 Bryars presentó Jesus’ Blood Never Failed Me Yet, para orquesta y voz grabada. La grabación (el fragmento de un himno religioso cantado por un vagabundo) sirve de loop a lo largo de toda la pieza, mientras que las secciones de la orquesta aportan diversas armonías como “comentarios” a cada repetición de la voz. El resultado en ambos casos pretende ser hipnotizante, quizá a la manera del minimalismo; también debería cautivarnos la ansiedad y poesía de una música que va quedando atrapada en el fondo del océano y la tonada agridulce de un indigente que agradece a Dios. Pero tengo mis reparos. Mi reserva principal es que la mayoría de este tipo de “piezas” fueron más manifiestos que obras; más ideas interesantes que objetos sonoros con pretensiones de permanecer en el repertorio (o en una discoteca). Como tales, su ambiente natural es la interpretación en vivo. Además, al menos en el caso de The Sinking of the Titanic, hay elementos de improvisación, decisiones que pueden tomar los músicos o el compositor que supongo que pueden apreciarse mejor en el momento mismo de su producción. De ahí que el propio Bryars haya ejecutado (y en algunos casos grabado) otras versiones de ambas obras (hay incluso una interpretación de Jesus’ Blood con Tom Waits haciendo la segunda voz).

Me parece que, interesante y todo (y realmente vale la pena escucharse siquiera una vez), el disco (una remasterización de la grabación original de 1975) ha perdido frescura. Por lo que he podido leer y escuchar, durante los años setenta, e incluso un poco después, tuvo su brillo. Pero como arte conceptual o pop art las obras grabadas aquí ya no suenan incisivas ni sugestivas y más bien afloran sus aspectos más dóciles. Qué paradoja: el desarrollo de la música experimental, al menos en casos como éste, hizo que elementos como la tonalidad, la repetición, lo melodioso e incluso cierta sensiblería, todos valores generalmente asociados con el tradicionalismo, volvieran a ser respetables. 

lunes, 28 de agosto de 2023

Nicola Benedetti no es de relumbrón

 

Como les decía hace unos días, ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Me lo pidieron mucho; pues ahora se amuelan. Más que “reseñas”, son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejor oído disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete. Comentaré discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo) por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto. Va pues la segunda entrega de estas notas.

Baroque
Nicola Benedetti (violín solista) y Benedetti Baroque Orchestra
Corelli/Geminiani, Vivaldi
Decca
2021
485 1664
Calificación: 9/10


Debo iniciar con una confesión. Tardé en decidirme a escuchar a Benedetti por culpa de esas compañías que, sin saber ya qué vendernos, y como si no tuvieran catálogos invaluables, se dedican ahora a tratar de encandilarnos con la última pianista de minifalda o el más reciente violinista bonito que medio baila mientras toca diversos géneros y resulta que además es muy espiritual (caricaturizo; pero no miento). Todo eso me pone en guardia, al menos en lo que se refiere al lanzamiento de nuevos artistas (compositores incluidos). Ahora bien, Nicola Benedetti es guapa, simpática, tiene una gran base de adoradores y sus videos promocionales son a veces de un gusto, digamos, dudoso. Así que tuve que ponerme en guardia. Error. Error garrafal pues, al menos este disco, el único que conozco de ella, revela a una artista comprometida con las exigencias más severas de su instrumento y que además toca con entusiasmo una música que, dicho burdamente, le corre por las venas (Benedetti es escocesa de padre italiano y de madre escocesa e italiana). Por cierto, ¿se han fijado que entre los mejores violinistas de hoy figuran muchas mujeres? Hahn, Mutter, Jansen, Fischer, Batiashvili, Mullova, Chang, Faust, Ibraguimova, Podger… todas estupendas; dos o más de ellas colosales. Corren buenos tiempos para el repertorio de ese instrumento tan pequeño y tan mandón después del imperio patriarcal de los Menuhin, Oistrakh, Kogan, Heifetz, Stern, Kremer, Perlman, Venguerov y otros que dominó durante el siglo pasado.

El álbum de marras abre con una obra de Francesco Geminiani: el Concerto grosso en re menor, “La Folía”, basado en una sonata de Corelli. Un “concerto grosso” es una composición que contrapone un pequeño conjunto de solistas (dos o más) con un grupo mayor de intérpretes. Es una forma musical llena de detalles, diálogos, contrastes y colorido armónico. En el caso en cuestión, la obra se construye mediante una serie de variaciones ingeniosas sobre una zarabanda (una danza de compás ternario, lenta y elegante). Después vienen tres conciertos para violín completos de Antonio Vivaldi (re mayor, mi bemol mayor y si menor) y un movimiento suelto del concierto (Andante) del concierto en si bemol mayor del mismo compositor. Los conciertos “solistas” de Vivaldi presentan, en contraste con los concerti grossi, un esquema que permite al intérprete mostrar más virtuosismo y una mayor gama de emociones. Junto a los trabajos de otros compositores (como Bach, con quien el veneciano es comparado a menudo de manera muy injusta) pueden parecer obras sencillas; pero una escucha reiterada (y, muy importante, contextualizada) permite descubrir las riquezas de un modelo que fue revolucionario y que siguió desarrollándose por lo menos hasta la estética romántica del siglo decimonónico con la idea de un enfrentamiento apasionado entre una voz solitaria y heroica y una poderosa (a veces ominosa) masa sonora.

Lo que primero emociona de Baroque es el goce que envuelven las interpretaciones. Benedetti reunió para este proyecto a un grupo de amigos (especialistas en música antigua) y juntos destilan convicción, brío y un gusto contagioso al tocar una música que es accesible para el oyente y propicia para la improvisación y el diálogo creativo entre los instrumentistas. Me gustan en particular dos de las piezas: el concerto grosso de Geminiani por su sentido teatral y su fogoso bajo continuo (en esta época los compositores sólo anotaban en la partitura las notas fundamentales de la línea del bajo, de manera que los intérpretes al clavecín, al órgano, en las cuerdas graves o el laúd debían “completar” lo escrito según su gusto y creatividad) y el concierto de Vivaldi en si menor debido a su sofisticación armónica (escuchen, por ejemplo, el larghetto). También señalo que me gustó mucho el sonido del violín de Benedetti, un Stradivarius de 1717 tocado aquí con cuerdas de tripa. El disco finaliza, de una manera un poquitín débil, con un andante suelto de otro concierto de Vivaldi, quizá puesto ahí para que tuviera el efecto de una especie de exit music. Me habría gustado más que terminara con algo muy enérgico, más acorde con el ánimo exaltado que predomina en el resto del álbum.

Ahora sigue escuchar más a Benedetti y a ver qué tal. Por fortuna sus discos están todos disponibles en plataformas e incluso en físico pueden encontrarse varios de ellos. Por su estilo y volumen (no muy alto), su concierto para violín de Mendelssohn me parece una opción interesante. También ha grabado, entre otros, a Elgar, Szymanowsky, Shostakovich y un concierto que mezcla elementos de jazz y clásico escrito para ella por Wynton Marsalis. Hay por ahí además diversos documentos visuales, incluido una serie de diez clips (que inicia con éste: <https://www.youtube.com/watch?v=VVb0zTV4TEc>) y que son una joya para antes o después de escuchar el disco: Ahí nos explican de qué va la pieza de Geminiani, la base del bajo sobre la que se construyen las variaciones y varios otros detalles que intervienen en la interpretación, como la notación, el tempo, el bajo continuo, la ornamentación, la improvisación, las cadenzas y apoyaturas. Muy recomendable.

viernes, 18 de agosto de 2023

Alexander Mélnikov a cuatro pianos

 

Por aclamación multitudinaria ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Más que “reseñas” son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejores oídos (y verdadero entrenamiento musical) disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete nuevo. Atenderé discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo). Lo hago por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto.


Alexander Mélnikov
Four Pianos. Four Pieces
Obras de Schubert, Chopin, Liszt y Stravinski
Harmonia Mundi
2018
HMM 902299

Comienzo con un álbum del pianista ruso Alexander Mélnikov (n. 1973) que escuché ayer. Four Pianos. Four Pieces es un álbum original: presenta en orden cronológico cuatro obras en sendos pianos históricos de Schubert (Fantasía Wanderer), Chopin (Études op. 10), Liszt (Réminiscences de Don Juan) y Stravinski (Trois Mouvements de Pétrouchka). Las cuatro llevan hasta el límite las posibilidades técnicas del piano de la época en que fueron compuestas, y lo que en primer lugar percibe incluso el oyente más distraído es el gran contraste sonoro entre un Alois Graff construido entre 1828 y 1835, un Érard de 1837, un Bösendorfer de 1875 y un Steinway actual. Así que, para una inmersión en la historia del piano, este disco es un buen preámbulo porque nos lleva de un pianoforte rico en matices tímbricos, colores mate (en la Fantasía Wanderer la diferencia entre el primer movimiento en do mayor y el segundo movimiento en tonalidad menor es tal que parecería que el pianista ha cambiado de instrumento) y acordes un poco turbios (el artefacto en cuestión tiene ¡cinco pedales! No tengo idea de la función del cuarto y quinto, y por algo habrán desaparecido) hasta un instrumento que es todo agilidad, claridad, brillo y con contrastes dinámicos bien definidos (aunque menos cálido que el pianoforte). Mélnikov no persigue la quimera de una interpretación “históricamente fiel”, sino que más bien, según él mismo explica, trata de entender cómo las virtudes y limitaciones de cada uno de los pianos afecta las decisiones que el ejecutante debe tomar para la realización de cada pieza.

Ahora bien, los resultados de semejante enfoque son, en este caso, estupendos. Mélnikov es de esos pianistas que combinan solvencia técnica, sensibilidad y, sobre todo, mucha inteligencia (me recuerda a otros artistas como Schiff, Lubimov o Perahia, por mencionar sólo a tres activos) y no se regodea nunca con la mera pirotecnia a la que invitan, por ejemplo, las piezas seleccionadas en esta grabación. Me gusta en particular la poesía y el colorido brumoso que extrae de la obra de Schubert, la más demandante técnicamente de entre todas las que éste compuso (se cuenta que, al tratar de estrenarla muy orondo ante sus amigos en una de sus célebres veladas, interrumpió de pronto su ejecución y, cerrando con violencia la tapa del instrumento, exclamó: “¡Que el diablo toque esa cosa!”). También destacaría la ejecución impresionante de la pieza de Stravinski, la cual sobresale entre otras también muy buenas (incluida una versión contundente de Maurizio Pollini de los años setenta) por la manera en que va construyendo el sentido dramático de la pieza y que nos acerca más en nuestra imaginación a las peripecias del desventurado muñeco de trapo y aserrín. Lo de Chopin diré que está bien, y me reservo por el momento detalles al respecto por mi (conocidísima) aversión hacia la música del genial (pues no seré yo quien le escatime virtudes) compositor polaco. Baste decir que los Études op. 10 son doce piezas breves enfocadas en el desarrollo de la destreza técnica de infortunados estudiantes. El tercero de ellos, en mi mayor, presenta una de las melodías más sentidas y conocidas de Chopin que, según esto, llevó al famélico compositor a llevarse el dorso de la mano a la frente para exclamar, casi en un suspiro, “¡Ah! Mi patria…!" Y, sí; acepto sin reservas que se trata de una melodía bellísima. Y en cuanto a Liszt, el germen de su pieza es, claro está, el famoso libertino de la ópera de Mozart, de la cual el austrohúngaro toma un par de temas (no recuerdo si más) para desarrollar un conjunto de variaciones brillantes, virtuosísimas y divertidas. Un disco, en fin, recomendable, interesante también por el asunto histórico, pleno de un pianismo elástico y bien meditado. Si hubiera que otorgarle una calificación, le pondría un 8/10.



viernes, 9 de junio de 2023

Lo que nos une es el sentimiento de pérdida

 


Nick Cave es uno de los pocos músicos del rock que piensa antes de hablar o de escribir. O que simplemente piensa. Preocupado por la relación que guarda con su público, fundó en 2018 el sitio The Red Hand Files, <https://www.theredhandfiles.com/>, una suerte de consultorio filosófico (y algo más: “un extraño ejercicio de vulnerabilidad y transparencia comunal”, como señala el propio Cave). Ahí el cantante responde a todo tipo de preguntas de sus fans, algunas simplonas, otras más sustanciosas. Las respuestas casi siempre son interesantes, meditadas y honestas. Va un ejemplo, en el que un tal Beau le lanza sin decir agua va el enigma eterno.



¿Cuál es el sentido de la vida?
Beau, Essex, Inglaterra

Querido Beau:

Para entender el sentido de la vida debemos entender primero qué significa ser humano. Me parece que el elemento común que nos une a todos es la pérdida, por lo que el sentido de la vida debe ponderarse en relación con esa dimensión. Nuestras pérdidas individuales pueden ser pequeñas o grandes. Pueden ser la acumulación de mermas de las que apenas nos percatamos en lo individual o pueden ser grandes catástrofes. El sentimiento de pérdida impregna nuestros cuerpos desde el momento en que nos expulsan del vientre materno hasta el final de nuestros días, cuando, subsumidos por él, nos convertimos en la esencia de la pérdida misma. Al final nos convertimos en el dolor del mundo tras acumular innumerables pérdidas a lo largo de nuestra vida. Estas pérdidas son múltiples y habituales; son tanto monstruosas como triviales. Son pérdidas de la dignidad, pérdidas de la autonomía, pérdidas de la confianza, pérdidas del espíritu, pérdidas de los objetivos o de la fe y, desde luego, pérdidas de nuestros seres queridos. Son decepciones cotidianas y esporádicas o grandes heridas históricas que proyectan sus sombras sobre el predicamento humano y nos hacen recordar el temible potencial que guarda nuestra propia pérdida de humanidad. Somos capaces de las mayores atrocidades y de los sufrimientos más profundos, que culminan en un vasto dolor colectivo. Ésta es la condición que todos compartimos.

Y, con todo, la felicidad y la alegría siguen irrumpiendo en esta condición común. Al parecer la vida está llena de una belleza insistente, sistémica e irreprimible. Pero estos momentos de felicidad no se experimentan en soledad, sino que son casi totalmente relacionales y dependen de la conexión con el Otro, ya sea la gente, la naturaleza, el arte o Dios. Aquí es donde se establece el sentido, en la conexión, instalado en nuestro sufrimiento compartido.

Creo que somos criaturas buscadoras de sentido, y estos sentimientos de sentido, relacionales y conectivos, casi siempre se encuentran en la bondad. La bondad es la fuerza que nos hace unirnos, y esto, Beau, es lo que creo que intento decir: a pesar de nuestro estado colectivo de pérdida y nuestro potencial para el mal, existe una gran red de bondad, tejida por innumerables bondades humanas cotidianas.

Estos actos de bondad, a menudo pequeños y aparentemente intrascendentes, y que el escritor soviético Vasili Grossman denominó actos de “bondad insignificante e irreflexiva” o de “bondad inadvertida”, se unen para crear un Bien oculto y poderoso que contrarresta las fuerzas del mal e impide que el sufrimiento abrume al mundo. Nos tendemos la mano y nos unimos en la oscuridad que nos abraza. Al hacerlo, triunfamos sobre nuestras pérdidas colectivas y personales. Mediante la bondad nos predisponernos, de manera sorprendente y milagrosa, para el sentido. Descubrimos, en el más mínimo gesto de buena voluntad que yace a ante nuestra mutua y monumental pérdida, “el sentido”.

Te quiere,
Nick