Nick Cave es uno de los
pocos músicos del rock que piensa antes de hablar o de escribir. O que
simplemente piensa. Preocupado por la relación que guarda con su público, fundó
en 2018 el sitio The Red Hand Files, <https://www.theredhandfiles.com/>,
una suerte de consultorio filosófico (y algo más: “un extraño ejercicio de
vulnerabilidad y transparencia comunal”, como señala el propio Cave). Ahí el
cantante responde a todo tipo de preguntas de sus fans, algunas simplonas,
otras más sustanciosas. Las respuestas casi siempre son interesantes, meditadas
y honestas. Va un ejemplo, en el que un tal Beau le lanza sin decir agua va el
enigma eterno.
¿Cuál es el sentido de la vida?
Beau, Essex, Inglaterra
Querido Beau:
Para entender el sentido de la vida debemos entender primero qué significa ser
humano. Me parece que el elemento común que nos une a todos es la pérdida, por
lo que el sentido de la vida debe ponderarse en relación con esa dimensión.
Nuestras pérdidas individuales pueden ser pequeñas o grandes. Pueden ser la
acumulación de mermas de las que apenas nos percatamos en lo individual o pueden
ser grandes catástrofes. El sentimiento de pérdida impregna nuestros cuerpos
desde el momento en que nos expulsan del vientre materno hasta el final de
nuestros días, cuando, subsumidos por él, nos convertimos en la esencia de la
pérdida misma. Al final nos convertimos en el dolor del mundo tras acumular
innumerables pérdidas a lo largo de nuestra vida. Estas pérdidas son múltiples
y habituales; son tanto monstruosas como triviales. Son pérdidas de la
dignidad, pérdidas de la autonomía, pérdidas de la confianza, pérdidas del
espíritu, pérdidas de los objetivos o de la fe y, desde luego, pérdidas de
nuestros seres queridos. Son decepciones cotidianas y esporádicas o grandes
heridas históricas que proyectan sus sombras sobre el predicamento humano y nos
hacen recordar el temible potencial que guarda nuestra propia pérdida de
humanidad. Somos capaces de las mayores atrocidades y de los sufrimientos más
profundos, que culminan en un vasto dolor colectivo. Ésta es la condición que
todos compartimos.
Y, con todo, la felicidad y la alegría siguen irrumpiendo en esta condición
común. Al parecer la vida está llena de una belleza insistente, sistémica e
irreprimible. Pero estos momentos de felicidad no se experimentan en soledad,
sino que son casi totalmente relacionales y dependen de la conexión con el
Otro, ya sea la gente, la naturaleza, el arte o Dios. Aquí es donde se
establece el sentido, en la conexión, instalado en nuestro sufrimiento
compartido.
Creo que somos criaturas buscadoras de sentido, y estos sentimientos de
sentido, relacionales y conectivos, casi siempre se encuentran en la bondad. La
bondad es la fuerza que nos hace unirnos, y esto, Beau, es lo que creo que
intento decir: a pesar de nuestro estado colectivo de pérdida y nuestro
potencial para el mal, existe una gran red de bondad, tejida por innumerables
bondades humanas cotidianas.
Estos actos de bondad, a menudo pequeños y aparentemente intrascendentes, y que
el escritor soviético Vasili Grossman denominó actos de “bondad insignificante
e irreflexiva” o de “bondad inadvertida”, se unen para crear un Bien oculto y
poderoso que contrarresta las fuerzas del mal e impide que el sufrimiento
abrume al mundo. Nos tendemos la mano y nos unimos en la oscuridad que nos
abraza. Al hacerlo, triunfamos sobre nuestras pérdidas colectivas y personales.
Mediante la bondad nos predisponernos, de manera sorprendente y milagrosa, para
el sentido. Descubrimos, en el más mínimo gesto de buena voluntad que yace a
ante nuestra mutua y monumental pérdida, “el sentido”.
Te quiere,
Nick
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