viernes, 18 de agosto de 2023

Alexander Mélnikov a cuatro pianos

 

Por aclamación multitudinaria ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Más que “reseñas” son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejores oídos (y verdadero entrenamiento musical) disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete nuevo. Atenderé discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo). Lo hago por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto.


Alexander Mélnikov
Four Pianos. Four Pieces
Obras de Schubert, Chopin, Liszt y Stravinski
Harmonia Mundi
2018
HMM 902299

Comienzo con un álbum del pianista ruso Alexander Mélnikov (n. 1973) que escuché ayer. Four Pianos. Four Pieces es un álbum original: presenta en orden cronológico cuatro obras en sendos pianos históricos de Schubert (Fantasía Wanderer), Chopin (Études op. 10), Liszt (Réminiscences de Don Juan) y Stravinski (Trois Mouvements de Pétrouchka). Las cuatro llevan hasta el límite las posibilidades técnicas del piano de la época en que fueron compuestas, y lo que en primer lugar percibe incluso el oyente más distraído es el gran contraste sonoro entre un Alois Graff construido entre 1828 y 1835, un Érard de 1837, un Bösendorfer de 1875 y un Steinway actual. Así que, para una inmersión en la historia del piano, este disco es un buen preámbulo porque nos lleva de un pianoforte rico en matices tímbricos, colores mate (en la Fantasía Wanderer la diferencia entre el primer movimiento en do mayor y el segundo movimiento en tonalidad menor es tal que parecería que el pianista ha cambiado de instrumento) y acordes un poco turbios (el artefacto en cuestión tiene ¡cinco pedales! No tengo idea de la función del cuarto y quinto, y por algo habrán desaparecido) hasta un instrumento que es todo agilidad, claridad, brillo y con contrastes dinámicos bien definidos (aunque menos cálido que el pianoforte). Mélnikov no persigue la quimera de una interpretación “históricamente fiel”, sino que más bien, según él mismo explica, trata de entender cómo las virtudes y limitaciones de cada uno de los pianos afecta las decisiones que el ejecutante debe tomar para la realización de cada pieza.

Ahora bien, los resultados de semejante enfoque son, en este caso, estupendos. Mélnikov es de esos pianistas que combinan solvencia técnica, sensibilidad y, sobre todo, mucha inteligencia (me recuerda a otros artistas como Schiff, Lubimov o Perahia, por mencionar sólo a tres activos) y no se regodea nunca con la mera pirotecnia a la que invitan, por ejemplo, las piezas seleccionadas en esta grabación. Me gusta en particular la poesía y el colorido brumoso que extrae de la obra de Schubert, la más demandante técnicamente de entre todas las que éste compuso (se cuenta que, al tratar de estrenarla muy orondo ante sus amigos en una de sus célebres veladas, interrumpió de pronto su ejecución y, cerrando con violencia la tapa del instrumento, exclamó: “¡Que el diablo toque esa cosa!”). También destacaría la ejecución impresionante de la pieza de Stravinski, la cual sobresale entre otras también muy buenas (incluida una versión contundente de Maurizio Pollini de los años setenta) por la manera en que va construyendo el sentido dramático de la pieza y que nos acerca más en nuestra imaginación a las peripecias del desventurado muñeco de trapo y aserrín. Lo de Chopin diré que está bien, y me reservo por el momento detalles al respecto por mi (conocidísima) aversión hacia la música del genial (pues no seré yo quien le escatime virtudes) compositor polaco. Baste decir que los Études op. 10 son doce piezas breves enfocadas en el desarrollo de la destreza técnica de infortunados estudiantes. El tercero de ellos, en mi mayor, presenta una de las melodías más sentidas y conocidas de Chopin que, según esto, llevó al famélico compositor a llevarse el dorso de la mano a la frente para exclamar, casi en un suspiro, “¡Ah! Mi patria…!" Y, sí; acepto sin reservas que se trata de una melodía bellísima. Y en cuanto a Liszt, el germen de su pieza es, claro está, el famoso libertino de la ópera de Mozart, de la cual el austrohúngaro toma un par de temas (no recuerdo si más) para desarrollar un conjunto de variaciones brillantes, virtuosísimas y divertidas. Un disco, en fin, recomendable, interesante también por el asunto histórico, pleno de un pianismo elástico y bien meditado. Si hubiera que otorgarle una calificación, le pondría un 8/10.



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