lunes, 28 de agosto de 2023

Nicola Benedetti no es de relumbrón

 

Como les decía hace unos días, ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Me lo pidieron mucho; pues ahora se amuelan. Más que “reseñas”, son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejor oído disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete. Comentaré discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo) por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto. Va pues la segunda entrega de estas notas.

Baroque
Nicola Benedetti (violín solista) y Benedetti Baroque Orchestra
Corelli/Geminiani, Vivaldi
Decca
2021
485 1664
Calificación: 9/10


Debo iniciar con una confesión. Tardé en decidirme a escuchar a Benedetti por culpa de esas compañías que, sin saber ya qué vendernos, y como si no tuvieran catálogos invaluables, se dedican ahora a tratar de encandilarnos con la última pianista de minifalda o el más reciente violinista bonito que medio baila mientras toca diversos géneros y resulta que además es muy espiritual (caricaturizo; pero no miento). Todo eso me pone en guardia, al menos en lo que se refiere al lanzamiento de nuevos artistas (compositores incluidos). Ahora bien, Nicola Benedetti es guapa, simpática, tiene una gran base de adoradores y sus videos promocionales son a veces de un gusto, digamos, dudoso. Así que tuve que ponerme en guardia. Error. Error garrafal pues, al menos este disco, el único que conozco de ella, revela a una artista comprometida con las exigencias más severas de su instrumento y que además toca con entusiasmo una música que, dicho burdamente, le corre por las venas (Benedetti es escocesa de padre italiano y de madre escocesa e italiana). Por cierto, ¿se han fijado que entre los mejores violinistas de hoy figuran muchas mujeres? Hahn, Mutter, Jansen, Fischer, Batiashvili, Mullova, Chang, Faust, Ibraguimova, Podger… todas estupendas; dos o más de ellas colosales. Corren buenos tiempos para el repertorio de ese instrumento tan pequeño y tan mandón después del imperio patriarcal de los Menuhin, Oistrakh, Kogan, Heifetz, Stern, Kremer, Perlman, Venguerov y otros que dominó durante el siglo pasado.

El álbum de marras abre con una obra de Francesco Geminiani: el Concerto grosso en re menor, “La Folía”, basado en una sonata de Corelli. Un “concerto grosso” es una composición que contrapone un pequeño conjunto de solistas (dos o más) con un grupo mayor de intérpretes. Es una forma musical llena de detalles, diálogos, contrastes y colorido armónico. En el caso en cuestión, la obra se construye mediante una serie de variaciones ingeniosas sobre una zarabanda (una danza de compás ternario, lenta y elegante). Después vienen tres conciertos para violín completos de Antonio Vivaldi (re mayor, mi bemol mayor y si menor) y un movimiento suelto del concierto (Andante) del concierto en si bemol mayor del mismo compositor. Los conciertos “solistas” de Vivaldi presentan, en contraste con los concerti grossi, un esquema que permite al intérprete mostrar más virtuosismo y una mayor gama de emociones. Junto a los trabajos de otros compositores (como Bach, con quien el veneciano es comparado a menudo de manera muy injusta) pueden parecer obras sencillas; pero una escucha reiterada (y, muy importante, contextualizada) permite descubrir las riquezas de un modelo que fue revolucionario y que siguió desarrollándose por lo menos hasta la estética romántica del siglo decimonónico con la idea de un enfrentamiento apasionado entre una voz solitaria y heroica y una poderosa (a veces ominosa) masa sonora.

Lo que primero emociona de Baroque es el goce que envuelven las interpretaciones. Benedetti reunió para este proyecto a un grupo de amigos (especialistas en música antigua) y juntos destilan convicción, brío y un gusto contagioso al tocar una música que es accesible para el oyente y propicia para la improvisación y el diálogo creativo entre los instrumentistas. Me gustan en particular dos de las piezas: el concerto grosso de Geminiani por su sentido teatral y su fogoso bajo continuo (en esta época los compositores sólo anotaban en la partitura las notas fundamentales de la línea del bajo, de manera que los intérpretes al clavecín, al órgano, en las cuerdas graves o el laúd debían “completar” lo escrito según su gusto y creatividad) y el concierto de Vivaldi en si menor debido a su sofisticación armónica (escuchen, por ejemplo, el larghetto). También señalo que me gustó mucho el sonido del violín de Benedetti, un Stradivarius de 1717 tocado aquí con cuerdas de tripa. El disco finaliza, de una manera un poquitín débil, con un andante suelto de otro concierto de Vivaldi, quizá puesto ahí para que tuviera el efecto de una especie de exit music. Me habría gustado más que terminara con algo muy enérgico, más acorde con el ánimo exaltado que predomina en el resto del álbum.

Ahora sigue escuchar más a Benedetti y a ver qué tal. Por fortuna sus discos están todos disponibles en plataformas e incluso en físico pueden encontrarse varios de ellos. Por su estilo y volumen (no muy alto), su concierto para violín de Mendelssohn me parece una opción interesante. También ha grabado, entre otros, a Elgar, Szymanowsky, Shostakovich y un concierto que mezcla elementos de jazz y clásico escrito para ella por Wynton Marsalis. Hay por ahí además diversos documentos visuales, incluido una serie de diez clips (que inicia con éste: <https://www.youtube.com/watch?v=VVb0zTV4TEc>) y que son una joya para antes o después de escuchar el disco: Ahí nos explican de qué va la pieza de Geminiani, la base del bajo sobre la que se construyen las variaciones y varios otros detalles que intervienen en la interpretación, como la notación, el tempo, el bajo continuo, la ornamentación, la improvisación, las cadenzas y apoyaturas. Muy recomendable.

viernes, 18 de agosto de 2023

Alexander Mélnikov a cuatro pianos

 

Por aclamación multitudinaria ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Más que “reseñas” son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejores oídos (y verdadero entrenamiento musical) disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete nuevo. Atenderé discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo). Lo hago por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto.


Alexander Mélnikov
Four Pianos. Four Pieces
Obras de Schubert, Chopin, Liszt y Stravinski
Harmonia Mundi
2018
HMM 902299

Comienzo con un álbum del pianista ruso Alexander Mélnikov (n. 1973) que escuché ayer. Four Pianos. Four Pieces es un álbum original: presenta en orden cronológico cuatro obras en sendos pianos históricos de Schubert (Fantasía Wanderer), Chopin (Études op. 10), Liszt (Réminiscences de Don Juan) y Stravinski (Trois Mouvements de Pétrouchka). Las cuatro llevan hasta el límite las posibilidades técnicas del piano de la época en que fueron compuestas, y lo que en primer lugar percibe incluso el oyente más distraído es el gran contraste sonoro entre un Alois Graff construido entre 1828 y 1835, un Érard de 1837, un Bösendorfer de 1875 y un Steinway actual. Así que, para una inmersión en la historia del piano, este disco es un buen preámbulo porque nos lleva de un pianoforte rico en matices tímbricos, colores mate (en la Fantasía Wanderer la diferencia entre el primer movimiento en do mayor y el segundo movimiento en tonalidad menor es tal que parecería que el pianista ha cambiado de instrumento) y acordes un poco turbios (el artefacto en cuestión tiene ¡cinco pedales! No tengo idea de la función del cuarto y quinto, y por algo habrán desaparecido) hasta un instrumento que es todo agilidad, claridad, brillo y con contrastes dinámicos bien definidos (aunque menos cálido que el pianoforte). Mélnikov no persigue la quimera de una interpretación “históricamente fiel”, sino que más bien, según él mismo explica, trata de entender cómo las virtudes y limitaciones de cada uno de los pianos afecta las decisiones que el ejecutante debe tomar para la realización de cada pieza.

Ahora bien, los resultados de semejante enfoque son, en este caso, estupendos. Mélnikov es de esos pianistas que combinan solvencia técnica, sensibilidad y, sobre todo, mucha inteligencia (me recuerda a otros artistas como Schiff, Lubimov o Perahia, por mencionar sólo a tres activos) y no se regodea nunca con la mera pirotecnia a la que invitan, por ejemplo, las piezas seleccionadas en esta grabación. Me gusta en particular la poesía y el colorido brumoso que extrae de la obra de Schubert, la más demandante técnicamente de entre todas las que éste compuso (se cuenta que, al tratar de estrenarla muy orondo ante sus amigos en una de sus célebres veladas, interrumpió de pronto su ejecución y, cerrando con violencia la tapa del instrumento, exclamó: “¡Que el diablo toque esa cosa!”). También destacaría la ejecución impresionante de la pieza de Stravinski, la cual sobresale entre otras también muy buenas (incluida una versión contundente de Maurizio Pollini de los años setenta) por la manera en que va construyendo el sentido dramático de la pieza y que nos acerca más en nuestra imaginación a las peripecias del desventurado muñeco de trapo y aserrín. Lo de Chopin diré que está bien, y me reservo por el momento detalles al respecto por mi (conocidísima) aversión hacia la música del genial (pues no seré yo quien le escatime virtudes) compositor polaco. Baste decir que los Études op. 10 son doce piezas breves enfocadas en el desarrollo de la destreza técnica de infortunados estudiantes. El tercero de ellos, en mi mayor, presenta una de las melodías más sentidas y conocidas de Chopin que, según esto, llevó al famélico compositor a llevarse el dorso de la mano a la frente para exclamar, casi en un suspiro, “¡Ah! Mi patria…!" Y, sí; acepto sin reservas que se trata de una melodía bellísima. Y en cuanto a Liszt, el germen de su pieza es, claro está, el famoso libertino de la ópera de Mozart, de la cual el austrohúngaro toma un par de temas (no recuerdo si más) para desarrollar un conjunto de variaciones brillantes, virtuosísimas y divertidas. Un disco, en fin, recomendable, interesante también por el asunto histórico, pleno de un pianismo elástico y bien meditado. Si hubiera que otorgarle una calificación, le pondría un 8/10.