miércoles, 6 de septiembre de 2023

Bryars y su Titanic envejecen mal

 Y bien, continúa esto de las reseñas musicales. Va aquí la tercera entrega.

Gavin Bryars
The Sinking of the Titanic/Jesus’ Blood Never Failed Me Yet
The Cockpit Ensemble
Producido por Brian Eno
Virgin
1975/1998 (remasterización)
CDVE 938 7423 8 45970 2 3
Calificación: 6/10

Durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado, John Cage y después muchos otros en Europa y Norteamérica comenzaron a ensanchar al máximo lo que entendemos como música. Durante las dos décadas siguientes, una serie abigarrada de corrientes musicales florecieron en un movimiento que hoy agrupamos, de manera vaga, con la etiqueta de “música experimental”: música concreta, improvisación libre, minimalismo, eclecticismo, empleo de medios electrónicos, orientalismo, composición aleatoria, amateurismo… Los blasones de identidad fueron la libertad, el atrevimiento y cualquier cosa que fuera fiel a la sentencia “Todo es música” y contrario a las muy doctas pretensiones de control total de los parámetros musicales de la Escuela de Darmstadt.

Gavin Bryars (n. 1943) es un compositor y contrabajista británico que formó parte de la etapa tardía de la fiesta experimentalista. Después de tocar en un trío de free jazz se interesó por la composición y en 1969 escribió The Sinking of the Titanic, para ensamble de cuerdas y cinta magnética. Escuchamos en esta pieza un himno episcopal (Otoño, supuestamente tocado durante el hundimiento mismo del Titanic) y fragmentos de otras piezas sobre un trasfondo de sonidos espectrales (voces, ¿metal retorciéndose?, una cajita de música, ruidos alterados bajo el agua) todos relacionados con el hundimiento del famoso trasatlántico. En 1971 Bryars presentó Jesus’ Blood Never Failed Me Yet, para orquesta y voz grabada. La grabación (el fragmento de un himno religioso cantado por un vagabundo) sirve de loop a lo largo de toda la pieza, mientras que las secciones de la orquesta aportan diversas armonías como “comentarios” a cada repetición de la voz. El resultado en ambos casos pretende ser hipnotizante, quizá a la manera del minimalismo; también debería cautivarnos la ansiedad y poesía de una música que va quedando atrapada en el fondo del océano y la tonada agridulce de un indigente que agradece a Dios. Pero tengo mis reparos. Mi reserva principal es que la mayoría de este tipo de “piezas” fueron más manifiestos que obras; más ideas interesantes que objetos sonoros con pretensiones de permanecer en el repertorio (o en una discoteca). Como tales, su ambiente natural es la interpretación en vivo. Además, al menos en el caso de The Sinking of the Titanic, hay elementos de improvisación, decisiones que pueden tomar los músicos o el compositor que supongo que pueden apreciarse mejor en el momento mismo de su producción. De ahí que el propio Bryars haya ejecutado (y en algunos casos grabado) otras versiones de ambas obras (hay incluso una interpretación de Jesus’ Blood con Tom Waits haciendo la segunda voz).

Me parece que, interesante y todo (y realmente vale la pena escucharse siquiera una vez), el disco (una remasterización de la grabación original de 1975) ha perdido frescura. Por lo que he podido leer y escuchar, durante los años setenta, e incluso un poco después, tuvo su brillo. Pero como arte conceptual o pop art las obras grabadas aquí ya no suenan incisivas ni sugestivas y más bien afloran sus aspectos más dóciles. Qué paradoja: el desarrollo de la música experimental, al menos en casos como éste, hizo que elementos como la tonalidad, la repetición, lo melodioso e incluso cierta sensiblería, todos valores generalmente asociados con el tradicionalismo, volvieran a ser respetables. 

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