La maroma del piojo
Disquisiciones, diatribas y ditirambos sobre cultura, arte y política con esporádico énfasis en pormenores filosóficos y otras menudencias...
lunes, 29 de julio de 2024
Esos tipos extraños llamados intelectuales
Ahora la Maroma del Piojo ejecuta piruetas y contorsionaes en la pista de Polifonía Sonora <Inicio - Polifonia Sonora>, un esfuerzo admirable por dignificar la red a cargo del buen Ramón Zavala. Pase y asómbrese:
martes, 18 de junio de 2024
"Auschwitz", los nacionalismos y los crímenes de Gaza
«Auschwitz», los nacionalismos y los crímenes de Gaza – CRÓNICA SONORA (cronicasonora.com)
viernes, 1 de marzo de 2024
Botticelli (1445–2024)
Primero de marzo, cumpleaños 579 de Sandro Botticelli. Comparto aquí este temple sobre madera, no tan conocido, restaurado apenas en 2018 o 2019 (creo). Se sabe que proviene del taller de Botticelli y lo más probable es que sea obra suya (o acaso de algún alumno aventajado). Actualmente se encuentra en The National Gallery, Londres. Gracia, melancolía, líneas rotundas, entusiasmo por el cuerpo, suave afectación (¡miren las manos de la virgen!). La Madonna ofrece su pecho al niño en el centro de la imagen. A la izquierda un San Juan Bautista casi niño y a la derecha un ángel, agachaditos para encajar bien en el tondo. Observen ahora el rostro de la virgen: hermosísima, abstraída de todo, su ternura contrasta con la gravedad de sus pensamientos. En la tradición pictórica cristiana, el ensimismamiento de la virgen que carga al niño (y en ocasiones en el rostro de éste mismo, lo que le otorga un semblante casi adulto y muy perturbador) se debe a que medita sobre la no muy lejana pasión y muerte del Redentor. Sin ser yo mismo mismo cristiano, vuelvo de continuo a Botticelli para interrumpir un momento la zafiedad y el griterío de nuestros tiempos.
miércoles, 15 de noviembre de 2023
Mi kit de emergencia para discutir sobre Medio Oriente
Estas líneas, nacidas del desánimo, aparecieron antes en la Crónica Sonora del gran Benyi:
Mi kit de emergencia para discutir sobre Medio Oriente – CRÓNICA SONORA (cronicasonora.com)
En
estos días se me ha hecho muy difícil evadir lecturas, discusiones y algún pleitecito
a propósito de la situación en Medio Oriente. Confieso que algunos de esos
intercambios han resultado ser muy útiles y hasta diría que consoladores (la
lucidez de algunas personas siempre apacigua en momentos difíciles), pero otros
sólo me alarman y angustian por los prejuicios de los que hacen gala, el
desconocimiento que exhiben o por la combinación de ambas cosas. Desde luego
que no me pasa por la cabeza que ande por ahí sin descubrir una manera diáfana
de exponer el conflicto y su posible solución; por el contrario, además de
embrollado, en un asunto como éste influyen mucho, siempre y de manera
inevitable, nuestras ansias y sesgos de naturaleza política, religiosa o
ideológica. Para los actores directos, les va también lo que consideran su
identidad y hasta su miedo a perderse como naciones. Y a todos nos puede ganar
en mayor o menor medida la tristeza, el azoro y aturdimiento ante tanta simple crueldad.
A mí me deprime no entender casi nada y sentir que debo resignarme a que el
dolor, el odio y la muerte pronuncien siempre la última palabra. Por eso me
irrita toparme (y peor: discutir) con quienes llegan blandiendo recetas facilonas
para acabar con el problema y que con arrogancia emiten veredictos de
culpabilidad o inocencia, nos dicen quiénes son víctimas y quiénes verdugos,
quiénes sufren más y merecen nuestra compasión y a quiénes debemos desaprobar con
repugnancia.
En
estas formas distorsionadas de percibir los hechos hay, cómo no, mucha mala
ideología; de ésa que, aunque tengamos una perspectiva más o menos clara de los
hechos, trastorna nuestra brújula moral y diluye nuestra empatía. También hay ignorancia,
prejuicios y esquemas de análisis demasiado simples. Cuesta mucho por todo ello
mantener con cabeza despejada y en una misma balanza tantos agravios y
reclamos, tantas voces que se gritan y las innumerables razones, buenas y
malas, que han llevado a que las negociaciones para la paz fracasen una y otra
vez y a que el mal se imponga.
Así
que (de manera bastante impulsiva, lo reconozco) expongo a continuación una
lista de cuestiones que creo que envician de entrada y terminan por descarrilar
cualquier discusión medianamente fructífera del conflicto al reducirla a un vano
intercambio de eslóganes que no nos ayudan a pensar (pero que, eso sí, halagan
bien sabroso nuestros egos: nada como sentir que estamos del lado de los
jodidos y de la Historia). Son sólo los que se me ocurrieron, algunos que me
han expresado y otros que he advertido que forman parte de los presupuestos de algunos
de mis interlocutores. La mayoría son concepciones muy generales y, desde luego,
hay varias que se me han escapado. Así que, de toparme con un antagonista
hipotético, le diría algo así como, mira, en verdad no me interesa discutir
contigo el asunto del conflicto árabe-israelí si:
1) Sostienes que Israel no tiene
derecho a existir o piensas que las aspiraciones nacionales de los palestinos
no son igualmente legítimas.
2) No condenas incondicionalmente la
violencia de los grupos terroristas contra la población israelí o consideras
que se pueden justificar o minimizar los bombardeos sobre la población civil
palestina.
3) Afirmas que Israel no tiene derecho
a defenderse y que los ataques que sufre por parte de militantes palestinos no
son graves, o que los llamados a “aniquilar” al otro de parte de políticos y
militantes de ambos bandos son mera palabrería.
4) Niegas que los pobladores de Gaza y
Cisjordania sufren sistemáticamente de abusos, despojos y discriminación por
parte de las autoridades israelíes y te indignas (o te parece inconcebible) que
reaccionen de forma violenta.
5) Confundes a los judíos con los israelíes.
6) Equiparas a Israel con la Alemania
nazi.
7) Igualas a Hamás o a Hezbolá con los
palestinos.
8) Supones que todos o muchos
palestinos son terroristas o que apoyan a terroristas.
9) Crees que el castigo colectivo a
una población, mediante bloqueo o bombardeo, no es injusto y que es un método eficaz
para debilitar a un gobierno enemigo.
10) Te imaginas que Israel es un
proyecto colonialista que debería ser “desmantelado” o que los árabes de Gaza y
Cisjordania deberían ser reubicados en Egipto, Jordania o en algún otro lugar.
11) Piensas que los gobernantes
israelíes son soberbios y expansionistas porque
son judíos o supones que los dirigentes palestinos son violentos y atrasados porque son árabes.
12) Piensas que los asentamientos
judíos en Cisjordania no son un obstáculo para la paz.
13) Niegas el empleo de escudos humanos
por parte de grupos radicales en Palestina.
14) Concibes que es posible sentar en
una mesa a negociar a terroristas y a nacionalistas religiosos.
15) Reaccionas como si la vida de un
niño palestino valiera menos que la de un niño israelí (o al revés).
16) Estimas que en todo esto hay sólo una
víctima y sólo un victimario; si no aceptas o no estás dispuesto a vislumbrar la
realidad de dos tragedias.
17) Sientes que Israel o Palestina
deben “portarse bien” para tener derecho a un hogar en el mundo.
18) Citas la Biblia para explicar tu
posición sobre el conflicto.
19) Crees que puedes saber “quién tiró
la primera piedra” y además juzgas que algo así zanjaría el asunto, o que todo
se reduce a ver “quién llegó primero”.
20) Reivindicas el “derecho” del actual
régimen iraní a poseer armas nucleares.
21) Estás seguro de que este conflicto
nunca se solucionará.
jueves, 14 de septiembre de 2023
Giulini devela el misterio de Bruckner
Anton Bruckner
Sinfonía no. 9 en re menor
(Edición Leopold Nowak)
Filarmónica de Viena
Carlo Maria Giulini (director)
Deutsche Grammophon
1988
Calificación: 10/10
A casi doscientos años del natalicio de Josef Anton Bruckner (1824–1896) parece como si apenas comenzamos a conocerlo. Salvo los bruckneritas de pro que lo veneran como a un santo y no dudan de su evangelio, cualquiera que desee entender con un mínimo de ecuanimidad el carácter y la música de este artista peculiar se topará sin remedio con un alud de estudios biográficos e históricos, además de un laberinto de ediciones de su música que sigue dividiendo las opiniones tanto de musicólogos como de intérpretes. ¿Cómo era Bruckner? ¿Era en realidad ese tipo inseguro de sí mismo, cándido, rústico, mojigato, tan poca cosa? Y si así fuera, ¿cómo compaginar un personaje así con esas composiciones increíblemente sofisticadas y ambiciosas? Y su música, ¿mira más hacia el pasado o más hacia el futuro? ¿Hay que interpretarlo enfatizando sus elementos clásicos y románticos o hay que resaltar más bien su modernismo y misticismo? ¿Un Bruckner más desgarrado y pasional o más objetivo y contemplativo? Desde luego que no me pondré a tratar de responder estas cuestiones (y otras anejas como, por ejemplo, la manera en que la recepción nazi distorsionó su imagen para convertirlo en prototipo del “artista ario”), pero creo que vale la pena que las tengan en mente quienes se interesen en escuchar por primera vez esta música. Y añado algo más para los novicios: la tarea es trabajosa, y lo más probable es que la primera (y la segunda, y quizá la tercera) vez que lo escuchen se sientan nada más que apabullados por la gigantez, el estruendo de las masas sonoras, las disonancias y la amplitud de las estructuras; pero las recompensas son increíbles para quienes persistan.
La novena sinfonía de Bruckner, la última que compuso (aunque el cuarto movimiento quedó incompleto), es la única que, al menos de manera explícita, el compositor dedicó “dem lieben Gott” (“al amado Dios”). Describirla es un poco insensato, así que me limito a apuntar las siguientes observaciones borrosas: el primer movimiento, “Feierlich, misterioso” (“Solemne, misterioso”), presenta en plan monumental tres grupos temáticos (una manera típica de Bruckner de expandir la forma sonata hasta volverla casi irreconocible) e impone por su gran poderío y la alternancia de episodios oscuros (“misteriosos”) y pasajes afirmativos. El segundo movimiento, un scherzo, es bastante peculiar no por su forma (que presenta la acostumbrada estructura tripartita “ABA”; es decir, un tema, un trío y de nuevo el primer tema), sino por su contenido: suena perturbador, maquinal (¿o quizá “diabólico?), como un bramido que augura los terribles acontecimientos por surgir a la vuelta del siglo. Y el tercer movimiento, “Adagio —Langsam, feierlich” (“Adagio —Lento, solemne”), es simplemente uno de los momentos más conmovedores de la música occidental. Bruckner la llamó “Abschied vom Leben” (“Adiós a la vida”). Comienza con un tema tortuoso, de tonalidad indefinida, casi expresionista y que anticipa a Mahler. Apenas en siete compases ese tema nos lleva de la zozobra a la serenidad más luminosa. Más adelante, los episodios introspectivos son casi borrados por la irrupción de un tutti colosal que es como una voz cósmica o como el anuncio del mysterium tremendum del que se habla en la fenomenología de la religión (ya les decía yo que esta música es casi imposible de definir en términos que no sean meramente técnicos, que tampoco dicen mucho). Tras más turbulencias, el movimiento cierra con una cadencia de lo más serena que se balancea con suavidad a lo largo de los últimos compases. A veces el gran arte nos fuerza a rebajar nuestro ego y a alcanzar perspectivas grandiosas, que pueden parecer paradójicas (por el carácter polisémicos de la música misma) pero que nos alejan de la autoindulgencia y del sentimentalismo y, quién sabe, quizá sí nos lleven en nuestros mejores momentos a tener visiones de lo bueno y de lo posible. Con Bruckner eso puede sucedernos a la vuelta de cada página.
Sugerencias
para empezar a escuchar a Bruckner: Quizá la séptima
sinfonía sea la más “accesible” (y es también una de las más bellas). O intenten
con la cuarta, una de las más tocadas, o la primera. Si una sinfonía completa
resulta ser demasiado, puede intentarse la escucha de uno de los scherzi.
Por ejemplo, el scherzo de la misma séptima, o el de la tercera o el de
la sexta… Y de ahí puede pasarse a uno de los movimientos lentos de cualquiera
de las sinfonías, que muchas veces son el núcleo emocional de la obra entera. También
es importante que esta música se escuche a buen volumen con buenas bocinas; fue
escrita para sobrecogernos y no para arrullarnos.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
Bryars y su Titanic envejecen mal
Y bien, continúa esto de las reseñas musicales. Va aquí la tercera entrega.
Gavin Bryars
The Sinking of the Titanic/Jesus’ Blood Never Failed
Me Yet
The Cockpit
Ensemble
Producido por Brian
Eno
Virgin
1975/1998
(remasterización)
CDVE 938 7423 8
45970 2 3
Calificación: 6/10
Durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado, John Cage y después muchos otros en Europa y Norteamérica comenzaron a ensanchar al máximo lo que entendemos como música. Durante las dos décadas siguientes, una serie abigarrada de corrientes musicales florecieron en un movimiento que hoy agrupamos, de manera vaga, con la etiqueta de “música experimental”: música concreta, improvisación libre, minimalismo, eclecticismo, empleo de medios electrónicos, orientalismo, composición aleatoria, amateurismo… Los blasones de identidad fueron la libertad, el atrevimiento y cualquier cosa que fuera fiel a la sentencia “Todo es música” y contrario a las muy doctas pretensiones de control total de los parámetros musicales de la Escuela de Darmstadt.
Gavin Bryars (n. 1943) es un compositor y contrabajista británico que formó parte de la etapa tardía de la fiesta experimentalista. Después de tocar en un trío de free jazz se interesó por la composición y en 1969 escribió The Sinking of the Titanic, para ensamble de cuerdas y cinta magnética. Escuchamos en esta pieza un himno episcopal (Otoño, supuestamente tocado durante el hundimiento mismo del Titanic) y fragmentos de otras piezas sobre un trasfondo de sonidos espectrales (voces, ¿metal retorciéndose?, una cajita de música, ruidos alterados bajo el agua) todos relacionados con el hundimiento del famoso trasatlántico. En 1971 Bryars presentó Jesus’ Blood Never Failed Me Yet, para orquesta y voz grabada. La grabación (el fragmento de un himno religioso cantado por un vagabundo) sirve de loop a lo largo de toda la pieza, mientras que las secciones de la orquesta aportan diversas armonías como “comentarios” a cada repetición de la voz. El resultado en ambos casos pretende ser hipnotizante, quizá a la manera del minimalismo; también debería cautivarnos la ansiedad y poesía de una música que va quedando atrapada en el fondo del océano y la tonada agridulce de un indigente que agradece a Dios. Pero tengo mis reparos. Mi reserva principal es que la mayoría de este tipo de “piezas” fueron más manifiestos que obras; más ideas interesantes que objetos sonoros con pretensiones de permanecer en el repertorio (o en una discoteca). Como tales, su ambiente natural es la interpretación en vivo. Además, al menos en el caso de The Sinking of the Titanic, hay elementos de improvisación, decisiones que pueden tomar los músicos o el compositor que supongo que pueden apreciarse mejor en el momento mismo de su producción. De ahí que el propio Bryars haya ejecutado (y en algunos casos grabado) otras versiones de ambas obras (hay incluso una interpretación de Jesus’ Blood con Tom Waits haciendo la segunda voz).
Me parece que, interesante y todo (y realmente vale la pena escucharse siquiera una vez), el disco (una remasterización de la grabación original de 1975) ha perdido frescura. Por lo que he podido leer y escuchar, durante los años setenta, e incluso un poco después, tuvo su brillo. Pero como arte conceptual o pop art las obras grabadas aquí ya no suenan incisivas ni sugestivas y más bien afloran sus aspectos más dóciles. Qué paradoja: el desarrollo de la música experimental, al menos en casos como éste, hizo que elementos como la tonalidad, la repetición, lo melodioso e incluso cierta sensiblería, todos valores generalmente asociados con el tradicionalismo, volvieran a ser respetables.
lunes, 28 de agosto de 2023
Nicola Benedetti no es de relumbrón
Como les decía hace unos días, ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Me lo pidieron mucho; pues ahora se amuelan. Más que “reseñas”, son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejor oído disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete. Comentaré discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo) por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto. Va pues la segunda entrega de estas notas.
Baroque
Nicola Benedetti
(violín solista) y Benedetti Baroque Orchestra
Corelli/Geminiani,
Vivaldi
Decca
2021
485 1664
Calificación: 9/10
Debo iniciar con una confesión. Tardé en decidirme a escuchar a Benedetti por culpa de esas compañías que, sin saber ya qué vendernos, y como si no tuvieran catálogos invaluables, se dedican ahora a tratar de encandilarnos con la última pianista de minifalda o el más reciente violinista bonito que medio baila mientras toca diversos géneros y resulta que además es muy espiritual (caricaturizo; pero no miento). Todo eso me pone en guardia, al menos en lo que se refiere al lanzamiento de nuevos artistas (compositores incluidos). Ahora bien, Nicola Benedetti es guapa, simpática, tiene una gran base de adoradores y sus videos promocionales son a veces de un gusto, digamos, dudoso. Así que tuve que ponerme en guardia. Error. Error garrafal pues, al menos este disco, el único que conozco de ella, revela a una artista comprometida con las exigencias más severas de su instrumento y que además toca con entusiasmo una música que, dicho burdamente, le corre por las venas (Benedetti es escocesa de padre italiano y de madre escocesa e italiana). Por cierto, ¿se han fijado que entre los mejores violinistas de hoy figuran muchas mujeres? Hahn, Mutter, Jansen, Fischer, Batiashvili, Mullova, Chang, Faust, Ibraguimova, Podger… todas estupendas; dos o más de ellas colosales. Corren buenos tiempos para el repertorio de ese instrumento tan pequeño y tan mandón después del imperio patriarcal de los Menuhin, Oistrakh, Kogan, Heifetz, Stern, Kremer, Perlman, Venguerov y otros que dominó durante el siglo pasado.
El álbum de marras abre con una obra de Francesco Geminiani: el Concerto grosso en re menor, “La Folía”, basado en una sonata de Corelli. Un “concerto grosso” es una composición que contrapone un pequeño conjunto de solistas (dos o más) con un grupo mayor de intérpretes. Es una forma musical llena de detalles, diálogos, contrastes y colorido armónico. En el caso en cuestión, la obra se construye mediante una serie de variaciones ingeniosas sobre una zarabanda (una danza de compás ternario, lenta y elegante). Después vienen tres conciertos para violín completos de Antonio Vivaldi (re mayor, mi bemol mayor y si menor) y un movimiento suelto del concierto (Andante) del concierto en si bemol mayor del mismo compositor. Los conciertos “solistas” de Vivaldi presentan, en contraste con los concerti grossi, un esquema que permite al intérprete mostrar más virtuosismo y una mayor gama de emociones. Junto a los trabajos de otros compositores (como Bach, con quien el veneciano es comparado a menudo de manera muy injusta) pueden parecer obras sencillas; pero una escucha reiterada (y, muy importante, contextualizada) permite descubrir las riquezas de un modelo que fue revolucionario y que siguió desarrollándose por lo menos hasta la estética romántica del siglo decimonónico con la idea de un enfrentamiento apasionado entre una voz solitaria y heroica y una poderosa (a veces ominosa) masa sonora.
Lo que primero emociona de Baroque es el goce que envuelven las interpretaciones. Benedetti reunió para este proyecto a un grupo de amigos (especialistas en música antigua) y juntos destilan convicción, brío y un gusto contagioso al tocar una música que es accesible para el oyente y propicia para la improvisación y el diálogo creativo entre los instrumentistas. Me gustan en particular dos de las piezas: el concerto grosso de Geminiani por su sentido teatral y su fogoso bajo continuo (en esta época los compositores sólo anotaban en la partitura las notas fundamentales de la línea del bajo, de manera que los intérpretes al clavecín, al órgano, en las cuerdas graves o el laúd debían “completar” lo escrito según su gusto y creatividad) y el concierto de Vivaldi en si menor debido a su sofisticación armónica (escuchen, por ejemplo, el larghetto). También señalo que me gustó mucho el sonido del violín de Benedetti, un Stradivarius de 1717 tocado aquí con cuerdas de tripa. El disco finaliza, de una manera un poquitín débil, con un andante suelto de otro concierto de Vivaldi, quizá puesto ahí para que tuviera el efecto de una especie de exit music. Me habría gustado más que terminara con algo muy enérgico, más acorde con el ánimo exaltado que predomina en el resto del álbum.
Ahora sigue escuchar más a Benedetti y a ver qué tal. Por fortuna sus discos están todos disponibles en plataformas e incluso en físico pueden encontrarse varios de ellos. Por su estilo y volumen (no muy alto), su concierto para violín de Mendelssohn me parece una opción interesante. También ha grabado, entre otros, a Elgar, Szymanowsky, Shostakovich y un concierto que mezcla elementos de jazz y clásico escrito para ella por Wynton Marsalis. Hay por ahí además diversos documentos visuales, incluido una serie de diez clips (que inicia con éste: <https://www.youtube.com/watch?v=VVb0zTV4TEc>) y que son una joya para antes o después de escuchar el disco: Ahí nos explican de qué va la pieza de Geminiani, la base del bajo sobre la que se construyen las variaciones y varios otros detalles que intervienen en la interpretación, como la notación, el tempo, el bajo continuo, la ornamentación, la improvisación, las cadenzas y apoyaturas. Muy recomendable.