Como les decía hace unos días, ofrezco ahora pequeñas reseñas semanales de música. Me lo pidieron mucho; pues ahora se amuelan. Más que “reseñas”, son registros de mis impresiones de amateur que quizá sirvan para que alguien con mejor oído disfrute de una buena grabación o se emocione con algún intérprete. Comentaré discos viejos y recientes según mis manías (y que conste que mis hábitos de melómano son un verdadero relajo) por el solo placer de compartir mis entusiasmos y uno que otro disgusto. Va pues la segunda entrega de estas notas.
Baroque
Nicola Benedetti
(violín solista) y Benedetti Baroque Orchestra
Corelli/Geminiani,
Vivaldi
Decca
2021
485 1664
Calificación: 9/10
Debo iniciar con una confesión. Tardé en decidirme a escuchar a Benedetti por culpa de esas compañías que, sin saber ya qué vendernos, y como si no tuvieran catálogos invaluables, se dedican ahora a tratar de encandilarnos con la última pianista de minifalda o el más reciente violinista bonito que medio baila mientras toca diversos géneros y resulta que además es muy espiritual (caricaturizo; pero no miento). Todo eso me pone en guardia, al menos en lo que se refiere al lanzamiento de nuevos artistas (compositores incluidos). Ahora bien, Nicola Benedetti es guapa, simpática, tiene una gran base de adoradores y sus videos promocionales son a veces de un gusto, digamos, dudoso. Así que tuve que ponerme en guardia. Error. Error garrafal pues, al menos este disco, el único que conozco de ella, revela a una artista comprometida con las exigencias más severas de su instrumento y que además toca con entusiasmo una música que, dicho burdamente, le corre por las venas (Benedetti es escocesa de padre italiano y de madre escocesa e italiana). Por cierto, ¿se han fijado que entre los mejores violinistas de hoy figuran muchas mujeres? Hahn, Mutter, Jansen, Fischer, Batiashvili, Mullova, Chang, Faust, Ibraguimova, Podger… todas estupendas; dos o más de ellas colosales. Corren buenos tiempos para el repertorio de ese instrumento tan pequeño y tan mandón después del imperio patriarcal de los Menuhin, Oistrakh, Kogan, Heifetz, Stern, Kremer, Perlman, Venguerov y otros que dominó durante el siglo pasado.
El álbum de marras abre con una obra de Francesco Geminiani: el Concerto grosso en re menor, “La Folía”, basado en una sonata de Corelli. Un “concerto grosso” es una composición que contrapone un pequeño conjunto de solistas (dos o más) con un grupo mayor de intérpretes. Es una forma musical llena de detalles, diálogos, contrastes y colorido armónico. En el caso en cuestión, la obra se construye mediante una serie de variaciones ingeniosas sobre una zarabanda (una danza de compás ternario, lenta y elegante). Después vienen tres conciertos para violín completos de Antonio Vivaldi (re mayor, mi bemol mayor y si menor) y un movimiento suelto del concierto (Andante) del concierto en si bemol mayor del mismo compositor. Los conciertos “solistas” de Vivaldi presentan, en contraste con los concerti grossi, un esquema que permite al intérprete mostrar más virtuosismo y una mayor gama de emociones. Junto a los trabajos de otros compositores (como Bach, con quien el veneciano es comparado a menudo de manera muy injusta) pueden parecer obras sencillas; pero una escucha reiterada (y, muy importante, contextualizada) permite descubrir las riquezas de un modelo que fue revolucionario y que siguió desarrollándose por lo menos hasta la estética romántica del siglo decimonónico con la idea de un enfrentamiento apasionado entre una voz solitaria y heroica y una poderosa (a veces ominosa) masa sonora.
Lo que primero emociona de Baroque es el goce que envuelven las interpretaciones. Benedetti reunió para este proyecto a un grupo de amigos (especialistas en música antigua) y juntos destilan convicción, brío y un gusto contagioso al tocar una música que es accesible para el oyente y propicia para la improvisación y el diálogo creativo entre los instrumentistas. Me gustan en particular dos de las piezas: el concerto grosso de Geminiani por su sentido teatral y su fogoso bajo continuo (en esta época los compositores sólo anotaban en la partitura las notas fundamentales de la línea del bajo, de manera que los intérpretes al clavecín, al órgano, en las cuerdas graves o el laúd debían “completar” lo escrito según su gusto y creatividad) y el concierto de Vivaldi en si menor debido a su sofisticación armónica (escuchen, por ejemplo, el larghetto). También señalo que me gustó mucho el sonido del violín de Benedetti, un Stradivarius de 1717 tocado aquí con cuerdas de tripa. El disco finaliza, de una manera un poquitín débil, con un andante suelto de otro concierto de Vivaldi, quizá puesto ahí para que tuviera el efecto de una especie de exit music. Me habría gustado más que terminara con algo muy enérgico, más acorde con el ánimo exaltado que predomina en el resto del álbum.
Ahora sigue escuchar más a Benedetti y a ver qué tal. Por fortuna sus discos están todos disponibles en plataformas e incluso en físico pueden encontrarse varios de ellos. Por su estilo y volumen (no muy alto), su concierto para violín de Mendelssohn me parece una opción interesante. También ha grabado, entre otros, a Elgar, Szymanowsky, Shostakovich y un concierto que mezcla elementos de jazz y clásico escrito para ella por Wynton Marsalis. Hay por ahí además diversos documentos visuales, incluido una serie de diez clips (que inicia con éste: <https://www.youtube.com/watch?v=VVb0zTV4TEc>) y que son una joya para antes o después de escuchar el disco: Ahí nos explican de qué va la pieza de Geminiani, la base del bajo sobre la que se construyen las variaciones y varios otros detalles que intervienen en la interpretación, como la notación, el tempo, el bajo continuo, la ornamentación, la improvisación, las cadenzas y apoyaturas. Muy recomendable.