lunes, 25 de noviembre de 2019

La filosofía y la Cuarta Transformación


Esta reseña apareció originalmente en Crónica Sonora aquí mero.






Ante todo me gustaría recalcar que cualquier libro como éste, o cualquier empresa parecida, merece difusión y encomio. Resulta poco común, casi diría insólito, que un grupo de académicos mexicanos se reúna para discutir y escribir sobre la función que debería cumplir la filosofía en nuestro país. Lo habitual, por si hubiera que recordarlo, es el cultivo estrictamente profesional, especializado y casi hermético de una disciplina que, además del desarrollo motivado por el valor e interés intrínsecos de sus temas, en realidad (¡no lo olvidemos!) ha estado casi desde sus inicios ligada al debate público y a la tarea de suministrar elementos de crítica y de solución para los problemas sociales. ¿Deben (y pueden) recuperar los filósofos un lugar propio en el barullo vocinglero que domina nuestra arena pública? ¿Cómo, sin dejar de ser filósofos profesionales, pueden estos personajes tan singulares afrontar desde otras trincheras además de las académicas los desafíos contemporáneos?

En La filosofía y la Cuarta Transformación de México (Editorial Torres Asociados, México, 2019), Guillermo Hurtado, José Alfredo Torres y Gabriel Vargas Lozano recogen los trabajos de un coloquio organizado por el Observatorio Filosófico de México en noviembre de 2018 sobre “El papel de la filosofía en la situación actual de México”. La obra consta de diez artículos además de un prólogo y un apéndice. Se divide en tres capítulos: La cuarta transformación y su significado, Filosofía y educación en México y Filosofía, ética y política. El apéndice lo constituye la “Declaración sobre la Filosofía en la Educación” del XIX Congreso Internacional de Filosofía de la Asociación Filosófica de México. (El libro completo se puede descargar de manera gratuita y lícita aquí.

No es fácil evaluar ni resumir en pocas líneas el contenido de esta obra (de suyo desigual) y ciertamente no lo intentaré aquí. Me limitaré más bien a exponer algunas pocas impresiones y pareceres que me provocaron su lectura. Quizá importe mencionar que no todos los ensayos abordan directamente el tema general que parece manifestar el título del libro (“¿qué debe o puede hacer la filosofía en el contexto de la tan aclamada 4T?”), aunque la gran mayoría lo tiene muy presente. En todo caso, se trata de una obra que tiene por objeto reflexionar sobre el sentido “externo” de la filosofía y no tanto sobre su desarrollo “interno” o disciplinar (para una obra reciente que busca abarcar estos dos aspectos, véase mejor VV.AA., Filosofía y sociedad hoy. Una conversación, Contraste, México, 2017).

No parece haber desacuerdo sustancial entre los diez autores de la antología sobre el carácter desastroso del modelo educativo que rige en el país y sobre la importancia de que la filosofía desempeñe un papel decisivo en su seno. Las discrepancias (y, más aún, las vaguedades) comienzan cuando se trata de imaginar las características de un modelo distinto y mejor, adecuado para los desafíos cognoscitivos, cívicos y políticos del presente. Quizá demasiados párrafos se malgastan en la repetición protocolaria de las calamidades a purgar: la enseñanza nemotécnica de la filosofía, las deficiencias en las evaluaciones de los profesores y los contenidos, el carácter endógeno de la práctica filosófica, el ninguneo de la que ha sido víctima la disciplina por parte de las autoridades educativas, la creciente privatización de la enseñanza, el enfoque estrictamente laboral del modelo educativo neoliberal y las deficiencias o ausencias que socavan las recientes reformas y contrarreformas de la educación impulsadas por el Estado. No es que ninguno de estos asuntos no sea importante; todos lo son, y mucho. Sucede más bien que desespera un poco (o al menos a mí me desespera) lo indefinidos y poco sagaces que somos (y me incluyo sin discutir entre los despistados) a la hora de proponer alternativas. Y luego está el asunto del proyecto educativo de la 4T. ¿Cuál es? ¿En qué se distingue del anterior? Aquí de nuevo asoma un pequeño consenso: los autores coinciden en que no parece haber tal proyecto, que de lo que se trata es de construirlo. Los más benévolos señalan que todavía resulta “prematuro” juzgar el modelo (o no-modelo) educativo de la Cuarta Transformación, una empresa quizá fantasmagórica pero que abre una ventanita por la cual pudiera colarse la añosa madre de todas las ciencias en plan remozado y hasta subversivo. Lo que veo en todo esto es más bien cierto acuerdo respecto a lo que ya no queremos y un ayuno de ideas razonablemente concretas respecto a lo que sí queremos. También advierto un peligro: que la filosofía se convierta en un proyecto legitimador del régimen (del actual o del de cualquier época). Por eso es bueno que, en su artículo, Mario Teodoro Ramírez invoque y discuta algunas ideas de Luis Villoro quien, en un artículo de 1978, sostiene con vehemencia que la auténtica actividad filosófica se ejerce sólo con independencia del poder y de las creencias aceptadas por una comunidad y es el “tábano de la conformidad ideológica” (desde luego, cabría discutir qué tanto habría matizado don Luis esta afirmación suya a la luz de su adhesión posterior a la causa zapatista). En mi opinión, no hay tal cosa como una “filosofía legitimadora”. Eso es más bien “ideología”.

Hay esparcidos a los largo de todos los artículos de la antología comentarios de mucha valía que deben servir para atizar las discusiones y provocar propuestas. Es muy importante continuar, por ejemplo, con la discusión respecto a los contenidos y la didáctica de las materias de filosofía en el bachillerato (echadas del currículo durante el sexenio de Felipe Calderón y restituidas gracias a los esfuerzos del Observatorio Filosófico de México, un organismo que ha luchado por defender la filosofía en nuestro país); también hay que rescatar la idea de enseñar algo de filosofía mexicana (Vasconcelos, Caso, Gaos, Zea o Villoro no fueron pensadores ordinarios) y de explorar vías para que la filosofía que cultivamos en las universidades alcance públicos más amplios (no podemos esperar a que la dignidad de nuestra disciplina se restituya por sí sola sin que se difunda y pueda emplearse con provecho en las distintas áreas de todos los ciudadanos). Menciono aquí otra idea muy acertada de Gerardo de la Fuente quien nos recuerda en su ensayo que la filosofía “se ejerce de muchas maneras”; que no es una, sino muchas filosofías que se enfrentan con denuedo unas con otras. En esa lucha no necesariamente se resuelven problemas, sino que se suelen crear más. Tal es la contribución de la filosofía y resulta por ello muy empobrecedor para esta disciplina intentar reducir su riqueza aporética a una materia tan pobretona y poco emocionante como la que circula en algunos planes de estudio con el nombre de “pensamiento crítico”.

Alberto Saladino García señala en su contribución un asunto que me parece relevante y que podría generar muchas propuestas muy concretas. Se trata de la discusión sobre los criterios de evaluación a los que estamos sujetos los filósofos (y el resto de los humanistas). No es cosa menor porque esos criterios definen el perfil de nuestra profesión (dónde debemos trabajar, qué debemos producir, cómo hay que escribir, en cuáles revistas hay que publicar) y es en gran medida la culpable de la reclusión de la filosofía en facultades e institutos y de los demasiados congresos, coloquios, seminarios y conferencias que muchas veces sustituyen en la práctica (si no en la intención) el verdadero diálogo entre los colegas y ni se diga con investigadores de otras áreas y con el público en general. Tampoco encuentran en ellos espacio para ser apreciadas como se deberían la labor periodística, cultural y de difusión que algunos (muy pocos) colegas realizan, ni para el reconocimiento de otro tipo de trabajos como asesorías en dependencias públicas y empresas privadas. Ahora que se ha anunciado que se añadirá una “H” de “Humanidades” a las siglas “Conacyt” del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, conviene aprovechar tan audaz iniciativa para proponer criterios que evalúen mejor lo que hacemos en las subcomisiones que Conacyt designa para ello (al igual que en las universidades en que laboramos y en los comités de los programas de estímulos que también nos califican). Desafortunadamente, un obstáculo muy grande para todo esto es que muchos de esos criterios se empatan con sistemas de evaluación en el extranjero (en particular de Estados Unidos) que han venido a imponerse aquí y en casi todas partes como la norma incuestionable. Pero, ¿acaso no nos han dicho, con rotundo oxímoron, que vamos ahora por una ciencia “soberana”?

Mención aparte merece el artículo que presenta Guillermo Hurtado, y en el cual ofrece una caracterización de la llamada Cuarta Transformación (esa idée-force como la llama con elegancia) y del régimen que parece querer construir el presidente López Obrador. “Hacer filosofía de la transformación es participar en ella” sentencia el autor, y con ello nos recuerda también lo que se supone que la filosofía debe seguir haciendo bajo cualquier circunstancia: ofrecernos herramientas conceptuales para entender lo que está pasando. Hurtado califica de “populista” al régimen lopezobradorista (no sin ofrecer razones) y nos conmina a superar esa circunstancia dirigiendo nuestras miradas hacia el horizonte de una “quinta transformación”, una que traiga consigo una transformación democrática en la sociedad y no sólo en el gobierno, como hemos presenciado en las últimas décadas. Por cierto, esta propuesta entronca con lo que Hurtado ha desarrollado en otras partes en relación con lo que considera el papel más importante de la filosofía. La filosofía, nos dice, debe fungir como la “obrera de la democracia”, debe servir “para impulsar la democracia” y no sólo para pensarla, y la escuela debe convertirse en el “taller” de la democracia. Estas ideas se exponen y defienden en, por ejemplo, el libro La filosofía mexicana ¿incide en la sociedad actual? de Gabriel Vargas et al. (Editorial Torres Asociados, México, 2008) y en el libro del propio Hurtado que se titula México sin sentido (UNAM/Siglo XXI, México, 2011). Una reseña mía de esta obra puede leerse aquí.  

Ojalá tengamos muy pronto más obras como La filosofía y la Cuarta Transformación de México y que la lucha de Gabriel Vargas Lozano, Guillermo Hurtado y otros esforzados de la filosofía en México continúe con el respaldo decidido de muchos filósofos más (y de quienes se quieran anotar: estudiantes, directivos de escuelas, pedagogos, funcionarios públicos, padres y madres de familia). Sin embargo, al asumir esta batalla, no olvidemos un par de cosas: no hay que esperar acuerdos unánimes respecto a qué debemos proponer (la polémica y el disenso siempre formarán parte de nuestro oficio) y que, por muy vetusta y noble que sea la filosofía, no sobrevivirá por sí sola. Colocarla en un lugar digno y provechoso en nuestra cultura implica mucho más que defender nuestras convicciones o los valores intrínsecos de nuestra disciplina. También habrá que lidiar con estudiantes radicalizados, colegas insensibles o dogmáticos, directivos timoratos, funcionarios imbéciles, una sociedad en general desinformada y partidos políticos dominados por personas zafias y sin interés por el país. Así que a darle…

1 comentario:

  1. Me fascina leer ideas como esta que refuerzan mi percepción de no estar solo. Me fastidia ver como se retuercen conceptos al grado de pretender una sinonimia que no existe; me refiero a la gran, ¡enorme! diferencia entre ideología y filosofía. Coincido en la falta de un modelo a seguir, tanto en educación como en otros temas, coincido en la errática forma de evaluar a las profesiones (aunque en estas líneas solamente se habla de la filosofía). Lo más preocupante es que bajo un título, un puesto ejecutivo , un cargo público o una figura de autoridad, se "esconda" la ignorancia (en el mejor de los casos) o tal vez la nefasta intención de continuar tergiversando la información y dividiendo posturas.

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