Esta reseña apareció originalmente en Crónica Sonora aquí mero.
Ante
todo me gustaría recalcar que cualquier libro como éste, o cualquier empresa parecida,
merece difusión y encomio. Resulta poco común, casi diría insólito, que un
grupo de académicos mexicanos se reúna para discutir y escribir sobre la función
que debería cumplir la filosofía en nuestro país. Lo habitual, por si hubiera
que recordarlo, es el cultivo estrictamente profesional, especializado y casi
hermético de una disciplina que, además del desarrollo motivado por el valor e
interés intrínsecos de sus temas, en realidad (¡no lo olvidemos!) ha estado casi
desde sus inicios ligada al debate público y a la tarea de suministrar
elementos de crítica y de solución para los problemas sociales. ¿Deben (y pueden)
recuperar los filósofos un lugar propio en el barullo vocinglero que domina
nuestra arena pública? ¿Cómo, sin dejar de ser filósofos profesionales, pueden
estos personajes tan singulares afrontar desde otras trincheras además de las
académicas los desafíos contemporáneos?
En La filosofía y la Cuarta Transformación de
México (Editorial Torres Asociados, México, 2019), Guillermo Hurtado, José
Alfredo Torres y Gabriel Vargas Lozano recogen los trabajos de un coloquio
organizado por el Observatorio Filosófico de México en noviembre de 2018 sobre
“El papel de la filosofía en la situación actual de México”. La obra consta de
diez artículos además de un prólogo y un apéndice. Se divide en tres capítulos:
La cuarta transformación y su significado, Filosofía y educación en México y
Filosofía, ética y política. El apéndice lo constituye la “Declaración sobre la
Filosofía en la Educación” del XIX Congreso Internacional de Filosofía de la
Asociación Filosófica de México. (El libro completo se puede descargar de
manera gratuita y lícita aquí.
No
es fácil evaluar ni resumir en pocas líneas el contenido de esta obra (de suyo
desigual) y ciertamente no lo intentaré aquí. Me limitaré más bien a exponer
algunas pocas impresiones y pareceres que me provocaron su lectura. Quizá
importe mencionar que no todos los ensayos abordan directamente el tema general
que parece manifestar el título del libro (“¿qué debe o puede hacer la
filosofía en el contexto de la tan aclamada 4T?”), aunque la gran mayoría lo tiene
muy presente. En todo caso, se trata de una obra que tiene por objeto
reflexionar sobre el sentido “externo” de la filosofía y no tanto sobre su desarrollo
“interno” o disciplinar (para una obra reciente que busca abarcar estos dos
aspectos, véase mejor VV.AA., Filosofía y
sociedad hoy. Una conversación, Contraste, México, 2017).
No
parece haber desacuerdo sustancial entre los diez autores de la antología sobre
el carácter desastroso del modelo educativo que rige en el país y sobre la
importancia de que la filosofía desempeñe un papel decisivo en su seno. Las
discrepancias (y, más aún, las vaguedades) comienzan cuando se trata de
imaginar las características de un modelo distinto y mejor, adecuado para los
desafíos cognoscitivos, cívicos y políticos del presente. Quizá demasiados
párrafos se malgastan en la repetición protocolaria de las calamidades a
purgar: la enseñanza nemotécnica de la filosofía, las deficiencias en las
evaluaciones de los profesores y los contenidos, el carácter endógeno de la
práctica filosófica, el ninguneo de la que ha sido víctima la disciplina por
parte de las autoridades educativas, la creciente privatización de la enseñanza,
el enfoque estrictamente laboral del modelo educativo neoliberal y las
deficiencias o ausencias que socavan las recientes reformas y contrarreformas
de la educación impulsadas por el Estado. No es que ninguno de estos asuntos no
sea importante; todos lo son, y mucho. Sucede más bien que desespera un poco (o
al menos a mí me desespera) lo indefinidos y poco sagaces que somos (y me incluyo sin
discutir entre los despistados) a la hora de proponer alternativas. Y luego
está el asunto del proyecto educativo de la 4T. ¿Cuál es? ¿En qué se distingue
del anterior? Aquí de nuevo asoma un pequeño consenso: los autores coinciden en
que no parece haber tal proyecto, que de lo que se trata es de construirlo. Los
más benévolos señalan que todavía resulta “prematuro” juzgar el modelo (o
no-modelo) educativo de la Cuarta Transformación, una empresa quizá
fantasmagórica pero que abre una ventanita por la cual pudiera colarse la añosa
madre de todas las ciencias en plan remozado y hasta subversivo. Lo que veo en todo
esto es más bien cierto acuerdo respecto a lo que ya no queremos y un ayuno de
ideas razonablemente concretas respecto a lo que sí queremos. También advierto
un peligro: que la filosofía se convierta en un proyecto legitimador del
régimen (del actual o del de cualquier época). Por eso es bueno que, en su
artículo, Mario Teodoro Ramírez invoque y discuta algunas ideas de Luis Villoro
quien, en un artículo de 1978, sostiene con vehemencia que la auténtica
actividad filosófica se ejerce sólo con independencia del poder y de las
creencias aceptadas por una comunidad y es el “tábano de la conformidad
ideológica” (desde luego, cabría discutir qué tanto habría matizado don Luis
esta afirmación suya a la luz de su adhesión posterior a la causa zapatista).
En mi opinión, no hay tal cosa como una “filosofía legitimadora”. Eso es más
bien “ideología”.
Hay
esparcidos a los largo de todos los artículos de la antología comentarios de
mucha valía que deben servir para atizar las discusiones y provocar propuestas.
Es muy importante continuar, por ejemplo, con la discusión respecto a los
contenidos y la didáctica de las materias de filosofía en el bachillerato
(echadas del currículo durante el sexenio de Felipe Calderón y restituidas
gracias a los esfuerzos del Observatorio Filosófico de México, un organismo que
ha luchado por defender la filosofía en nuestro país); también hay que rescatar
la idea de enseñar algo de filosofía mexicana (Vasconcelos, Caso, Gaos, Zea o Villoro
no fueron pensadores ordinarios) y de explorar vías para que la filosofía que
cultivamos en las universidades alcance públicos más amplios (no podemos
esperar a que la dignidad de nuestra disciplina se restituya por sí sola sin
que se difunda y pueda emplearse con provecho en las distintas áreas de todos
los ciudadanos). Menciono aquí otra idea muy acertada de Gerardo de la Fuente
quien nos recuerda en su ensayo que la filosofía “se ejerce de muchas maneras”;
que no es una, sino muchas filosofías que se enfrentan con denuedo unas con
otras. En esa lucha no necesariamente se resuelven problemas, sino que se suelen
crear más. Tal es la contribución de la filosofía y resulta por ello muy
empobrecedor para esta disciplina intentar reducir su riqueza aporética a una
materia tan pobretona y poco emocionante como la que circula en algunos planes
de estudio con el nombre de “pensamiento crítico”.
Alberto
Saladino García señala en su contribución un asunto que me parece relevante y
que podría generar muchas propuestas muy concretas. Se trata de la discusión
sobre los criterios de evaluación a los que estamos sujetos los filósofos (y el
resto de los humanistas). No es cosa menor porque esos criterios definen el
perfil de nuestra profesión (dónde debemos trabajar, qué debemos producir, cómo
hay que escribir, en cuáles revistas hay que publicar) y es en gran medida la
culpable de la reclusión de la filosofía en facultades e institutos y de los
demasiados congresos, coloquios, seminarios y conferencias que muchas veces
sustituyen en la práctica (si no en la intención) el verdadero diálogo entre
los colegas y ni se diga con investigadores de otras áreas y con el público en
general. Tampoco encuentran en ellos espacio para ser apreciadas como se
deberían la labor periodística, cultural y de difusión que algunos (muy pocos)
colegas realizan, ni para el reconocimiento de otro tipo de trabajos como
asesorías en dependencias públicas y empresas privadas. Ahora que se ha anunciado que se añadirá una “H” de “Humanidades” a las siglas “Conacyt” del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología, conviene aprovechar tan audaz iniciativa para proponer
criterios que evalúen mejor lo que hacemos en las subcomisiones que Conacyt
designa para ello (al igual que en las universidades en que laboramos y en los
comités de los programas de estímulos que también nos califican).
Desafortunadamente, un obstáculo muy grande para todo esto es que muchos de
esos criterios se empatan con sistemas de evaluación en el extranjero (en
particular de Estados Unidos) que han venido a imponerse aquí y en casi todas
partes como la norma incuestionable. Pero, ¿acaso no nos han dicho, con rotundo
oxímoron, que vamos ahora por una ciencia “soberana”?
Mención aparte merece el
artículo que presenta Guillermo Hurtado, y en el cual ofrece una
caracterización de la llamada Cuarta Transformación (esa idée-force como la llama con elegancia) y del régimen que parece
querer construir el presidente López Obrador. “Hacer filosofía de la
transformación es participar en ella” sentencia el autor, y con ello nos
recuerda también lo que se supone que la filosofía debe seguir haciendo bajo
cualquier circunstancia: ofrecernos herramientas conceptuales para entender lo
que está pasando. Hurtado califica de “populista” al régimen lopezobradorista
(no sin ofrecer razones) y nos conmina a superar esa circunstancia dirigiendo
nuestras miradas hacia el horizonte de una “quinta transformación”, una que
traiga consigo una transformación democrática en la sociedad y no sólo en el
gobierno, como hemos presenciado en las últimas décadas. Por cierto, esta
propuesta entronca con lo que Hurtado ha desarrollado en otras partes en
relación con lo que considera el papel más importante de la filosofía. La
filosofía, nos dice, debe fungir como la “obrera de la democracia”, debe servir
“para impulsar la democracia” y no sólo para pensarla, y la escuela debe convertirse
en el “taller” de la democracia. Estas ideas se exponen y defienden en, por
ejemplo, el libro La filosofía mexicana
¿incide en la sociedad actual? de Gabriel Vargas et al. (Editorial Torres Asociados, México, 2008) y en el libro del
propio Hurtado que se titula México sin
sentido (UNAM/Siglo XXI, México, 2011). Una reseña mía de esta obra puede
leerse aquí.
Ojalá
tengamos muy pronto más obras como La
filosofía y la Cuarta Transformación de México y que la lucha de Gabriel
Vargas Lozano, Guillermo Hurtado y otros esforzados de la filosofía en México continúe
con el respaldo decidido de muchos filósofos más (y de quienes se quieran
anotar: estudiantes, directivos de escuelas, pedagogos, funcionarios públicos,
padres y madres de familia). Sin embargo, al asumir esta batalla, no olvidemos un
par de cosas: no hay que esperar acuerdos unánimes respecto a qué debemos
proponer (la polémica y el disenso siempre formarán parte de nuestro oficio) y
que, por muy vetusta y noble que sea la filosofía, no sobrevivirá por sí sola.
Colocarla en un lugar digno y provechoso en nuestra cultura implica mucho más
que defender nuestras convicciones o los valores intrínsecos de nuestra
disciplina. También habrá que lidiar con estudiantes radicalizados, colegas
insensibles o dogmáticos, directivos timoratos, funcionarios imbéciles, una
sociedad en general desinformada y partidos políticos dominados por personas
zafias y sin interés por el país. Así que a darle…
Me fascina leer ideas como esta que refuerzan mi percepción de no estar solo. Me fastidia ver como se retuercen conceptos al grado de pretender una sinonimia que no existe; me refiero a la gran, ¡enorme! diferencia entre ideología y filosofía. Coincido en la falta de un modelo a seguir, tanto en educación como en otros temas, coincido en la errática forma de evaluar a las profesiones (aunque en estas líneas solamente se habla de la filosofía). Lo más preocupante es que bajo un título, un puesto ejecutivo , un cargo público o una figura de autoridad, se "esconda" la ignorancia (en el mejor de los casos) o tal vez la nefasta intención de continuar tergiversando la información y dividiendo posturas.
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