A continuación una evocación del gran George Steiner, muerto recientemente. Como comienza a ser costumbre, esta notita se publicó antes para todos ustedes en Crónica Sonora. Para quienes prefieran leerla en ese medio acaparador del empeño cáncano, píquenle aquí. Para los fieles lectores del Piojo en su modalidad VIP, pásenle a lo barrido:
El pasado 3 de febrero murió el gran crítico literario y filósofo de la cultura George Steiner en Cambridge, Reino Unido, a los 90 años. Quizá algunos no recuerden que, además de filólogo eminentísimo, fue un melómano apasionado y docto para quien la música ocupó siempre un lugar privilegiado en su pensamiento. Valgan estas pocas líneas para evocar una de las obsesiones capitales (y más íntimas) de este pensador imprescindible.
“Hablamos
de la música”, nos dice Steiner en su último libro publicado (La poesía del pensamiento. Del helenismo a
Celan), pero hablar de la música “es alimentar una ilusión”. No es un objeto
cualquiera, y nuestras palabras no logran nunca agotar su sentido. Este
fenómeno es lo que Nietzsche llamó, y Steiner conviene en ello, el mysterium tremendum de la música. Es algo
que gozamos (y pensamos que entendemos) de manera muy individual, pero que roza
en lo universal. Si hay un lenguaje, junto con las matemáticas, que puede
aspirar a ser calificado de universal, ése es el de la música. Usamos las
palabras para interpretar una novela, compuesta también de palabras. Podemos
hablar con bastante precisión de la composición de un cuadro: sobre sus
colores, contrastes, líneas de composición y de fuerza. Pero ante una sonata
para piano de Mozart o Schubert, casi cualquier cosa que digamos elude su
sentido, ese significado para nosotros a la vez tan cercano y tan recóndito. Simplemente
no lo podemos parafrasear. Sobre este asunto, a Steiner le gustaba también
repetir una anécdota: una vez un alumno de Schumann, tras escuchar a su maestro
interpretar un estudio particularmente complicado, le pidió que le explicara su
sentido. Schumann se limitó a sentarse de nuevo al piano y volvió a tocar la
pieza completa. He ahí su sentido.
Pues
bien, esto de la música que no logramos asir con el lenguaje fue para Steiner no
sólo una curiosidad intelectual, sino acaso la inagotable fuente de sentido que
precede a cualquier acto lingüístico, la intuición de lo real, de lo que existe
per se, un atisbo de trascendencia.
Fue algo que persiguió con su mente y exploró en su alma sin jamás pretender
que lo hubiera comprendido del todo. En
otro de sus libros, su famoso estudio
sobre Heidegger, encontramos que el ejemplo de la música y su carácter
escurridizo se emplea para exponer uno de los conceptos más difíciles de
entender del filósofo alemán: aquello de la “pregunta por el ser”. Según
Heidegger, el Ser se ha vuelto una simple objetividad para la ciencia y, en
contraste con la civilización griega de la Antigüedad, la nuestra es una que se
caracteriza por el “retiro del Ser” y, más aún, por su “olvido”. Pero, ¿cuál
puede ser el sentido de ese Ser diferente de las existencias concretas que
pueblan nuestro mundo? Steiner piensa que el misterio de la música puede
ayudarnos a entender estas preocupaciones rimbombantes. “¿Qué es la música?”,
se pregunta. “¿La melodía es el ser de la música?” ¿Su ritmo, el timbre, las
notas impresas o las vibraciones en el aire? La música es todo eso pero es más
aún otra cosa que todo eso. En la música, el ser y su sentido son inseparables.
No podemos decir: “acá están sus componentes; acá lo que nos dice”. Así, con
una “analogía titubeante”, como la califica Steiner, podría entenderse el Ser
de Heidegger: a la vez histórico y trascendente, cercano e inaprensible, que
buscamos y se nos escapa siempre.
Para Steiner, los grandes poetas y los grandes compositores han estado (y no pensaba otra cosa Heidegger) más cerca de esa fuente inagotable del ser que el resto de todos nosotros. Por eso acostumbraba escribir que Hölderlin y Goethe, Bach y Beethoven, no se valían del lenguaje o de los sonidos para expresar lo que querían comunicarnos: por el contrario, es el lenguaje o la música los que hablan o suenan a través de ellos, y escuchar a los grandes maestros de la música nos confiere en Occidente, como se sintió tentado a afirmar, nuestra “dignidad esencial”. Cabe añadir que nuestro pensador no fue en absoluto indiferente a los peligros ideológicos y deshumanizadores de esta supuesta grandeza esencial, de esta autoenunciación de la verdad (¡recordemos el periplo lamentable del mismo Heidegger!) y escribió al respecto líneas adoloridas e iluminadoras que lo llevaron a otra pregunta ardua: “¿Puede la música mentir?”
Cierro con una
recomendación. La editorial mexicana Grano de Sal publicó apenas el año pasado
(2019) una selección de los escritos de Steiner consagrados exclusivamente a la
música. Se trata de un repertorio estupendo de artículos, reseñas y
conferencias traducidos y reunidos por Rafael Vargas Escalante y constituye la
única obra de George Steiner publicada originalmente (en su conjunto, desde
luego) en castellano. Se titula Necesidad
de música. Vale mucho la pena.
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